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Introducción de Herbert Klein y John Jay TePaske al volumen 2 titulado The Royal Treasuries of the Spanish Empire in America, Volume 2. Upper Peru(Bolivia). Publicados por Duke University Press, Durham, N.C. en 1982. (Reproducido con autorización de los autores).

 

INTRODUCCIÓN: EL DESARROLLO DEL SISTEMA DE LA REAL HACIENDA EN EL ALTO PERÚ

 

La expansión española en el Alto Perú (hoy Bolivia) siguió rápidamente tras las huellas de la conquista del Perú y recibió un impulso especial después del descubrimiento de la montaña de plata en Potosí, en 1545. Unos años antes, como un medio para establecer el control fiscal y administrativo en los territorios recién conquistados y supervisar la recaudación y el desembolso de las rentas reales, Carlos V había establecido las reales cajas, que fueron extremadamente útiles. 1 Sin sorpresa alguna, por lo tanto, ya en 1550 tenía oficiales reales de la Real Hacienda en funciones en Potosí para asegurarse su legítima parte de los impuestos sobre los ricos filones de la plata que se extraía del cerro de Potosí, que fue la mina más rica de las Indias en el siglo XVI. Cuando se hizo un nuevo descubrimiento de plata en la región de Potosí, en Las Salinas de García Mendoza, Tatasi, Ocuri, Chacoya, Tomahavi, Esmoraca, Esmocuco y San Antonio del Nuevo Mundo, la real caja de Potosí llegó a ser aun más indispensable para la Corona como cámara de compensación de los reales impuestos sobre la plata. En consecuencia, Potosí se consolidó y perduró como el centro principal del sistema de la Real Hacienda en el Alto Perú, la real caja más importante de la región. 2

Dado que la producción y la exportación de plata aumentaban y los lazos de Potosí con Lima y España se hacían más fuertes, en 1587 se estableció una nueva real caja en la costa, en Arica. 3 Inicialmente, la real caja de Arica tuvo poca importancia: la ciudad meridional peruano-española de Arequipa y el puerto de Quilca, a 96 kilómetros sobre el litoral del Océano Pacífico, se había convertido en el centro de intercambio de la plata del Alto Perú y las mercaderías europeas provenientes de Lima, así como de la transferencia al Alto Perú del azogue que se extraía en Huancavelica; 4 no obstante, en los comienzos del siglo XVII, cuando se hizo evidente que Arica era un centro de almacenaje y distribución más conveniente que Arequipa, la real caja de Arica adquirió mayor importancia como distrito de la Real Hacienda, aunque su importancia siempre estuvo estrechamente ligada a las circunstancias de Potosí.

Cuando la producción minera decayó en Potosí, Arica se tambaleó; y, a medida que las grandes y crecientes cantidades de lingotes de plata fluían hacia el oriente, de Potosí a la región de Río de La Plata, a finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII, Arica perdió prácticamente su razón de ser. En realidad, en algún momento a principios del siglo XVIII, la real caja de Arica se mudó tierra adentro por un tiempo, a Tacna, que era más fácil de defender y menos vulnerable a los ataques de los corsarios enemigos desde el mar; sin embargo, en 1774 o 1775, la real caja volvió una vez más a su propio lugar en la costa, donde funcionó hasta el final de la época colonial. 5

En el siglo XVII, la Corona añadió cuatro nuevas reales cajas en el Alto Perú: las de Oruro, La Paz, Carangas y Chucuito. El patrón en ese caso fue prácticamente el mismo que en otras regiones del Imperio Español en América, donde las nuevas tesorerías surgían en las regiones mineras productivas, los puertos importantes, los centros administrativos y comerciales, los puestos de avanzada defensivos y las regiones indígenas densamente pobladas. Como podría esperarse en el caso de la región productora de plata, tres de las cuatro nuevas reales cajas fueron establecidas en centros mineros. La primera, la real caja de Oruro, situado a aproximadamente 220 kilómetros al noroeste de Potosí, empezó sus operaciones en 1607, como producto de los ricos descubrimientos de plata, y rápidamente se convirtió en la segunda real caja más importante del Alto Perú. 6   En el decenio de 1660, las minas de Carangas y Chucuito empezaron a producir suficiente plata como para convertirse también en distritos de dos reales cajas, aunque nunca fueron tan importantes como las de Potosí y Oruro. La real caja de Carangas, situada a 350 kilómetros en línea directa al occidente de La Plata (hoy Sucre), cerca de la actual frontera entre Chile y Bolivia, consignó sus primeras cuentas en 1652. Un segundo distrito de real caja surgió en Chucuito en 1658, debido en una gran medida a los yacimientos de plata descubiertos en las minas de San Antonio de Esquilache, a unos cincuenta kilómetros al sudoeste de Puno. 7

La fecha del establecimiento de la real caja de La Paz es difícil de determinar. Su primera cuenta existente apareció en 1624, pero es probable que la tesorería haya sido establecida antes. 8 La Paz, situada en el altiplano, a cuatrocientos kilómetros al noroeste de Potosí, era importante como mercado con una numerosa población india, como sede del obispado establecido en 1609 y como punto medio entre Cuzco y Potosí. A diferencia de las reales cajas de las regiones mineras, que dependían principalmente de los ingresos de los impuestos a la minería, la real caja de La Paz dependía de los tributos, los diezmos, las alcabalas (los impuestos a la compraventa) y otros tipos de impuestos sobre actividades comerciales y agrícolas que debían pagar las poblaciones de blancos, indios y mestizos. Consecuentemente, hacia finales del siglo XVII, había seis distritos de reales cajas en el Alto Perú: cuatro en las regiones mineras de Potosí, Oruro, Carangas y Chucuito y dos en los centros comerciales y mercados de Arica y La Paz, antes de que la Corona expandiera el sistema de la Real Hacienda en el Alto Perú pasaron más de cien años. A diferencia del Bajo Perú, donde Felipe V estableció un buen número de nuevas reales cajas a principios del siglo XVIII, en el Alto Perú no hubo cambio alguno hasta el decenio de 1780, cuando una oleada de reformas recorrió toda la región.

Uno de los primeros cambios de la Real Hacienda en el Alto Perú fue la creación de las reales cajas ¿gemelas-unidas? – sew de Cochabamba y Charcas, en marzo de 1773. Hasta entonces, se había incluido ambas reales cajas en la de Potosí, pero, en ese año, cada región tuvo su propio grupo de oficiales de la Real Hacienda y una calidad diferente como real caja independiente. Cochabamba, situada en un fértil valle a 260 kilómetros al norte de Potosí, era un centro agrícola y mercado como La Paz, con una numerosa concentración de indios y mestizos en el distrito. Charcas, con La Paz, había obtenido la distinción de ser el asiento de una audiencia, establecida en 1559, y también de un arzobispado, establecido en 1611; 9 pero, por alguna razón —muy probablemente la proximidad con Potosí, a sólo ocho kilómetros de distancia—, Charcas nunca fue una real caja independiente-mayor, a pesar de su importancia como centro religioso y administrativo; sin embargo, en 1773, Charcas finalmente se convirtió en distrito de una real caja por derecho propio y obtuvo su independencia fiscal de Potosí, independencia de la que había carecido durante casi toda la época colonial.

En 1789 fue creada una última real caja en el Alto Perú: la de Santa Cruz de la Sierra; pero nunca fue importante y, aparentemente, funcionó como tesorería menor, subordinada a la real caja de Cochabamba. Santa Cruz de la Sierra, población situada a aproximadamente 350 kilómetros al oriente de Cochabamba, en la selva de las tierras bajas, 10   era un importante obispado, creado en 1605 como puesto de avanzada misionera de los jesuitas que llevaban a cabo sus actividades de evangelización en la región de Chiquitos; sin embargo, el establecimiento del obispado se debió, obviamente, más al prestigio que daba a la Iglesia en esa región de infieles, escasamente poblada y sin hispanizar, que a la necesidad de contar con un obispo que tuviese responsabilidades diocesanas. A fin de cuentas, lo mismo se puede decir de la real caja de Santa Cruz de la Sierra, que dio mayor importancia a la región, pero poco más. En realidad, la real caja parece haber subsistido únicamente durante un breve tiempo, hasta 1802, cuando, evidentemente, cerró después de apenas catorce años de funcionamiento. 11

Los cambios del caudal de ingresos recaudados por las reales cajas del Alto Perú reflejan los acontecimientos que tenían lugar en la región. Sin sorpresa alguna, la real caja de Potosí fue la tesorería real más importante a todo lo largo de la época colonial. Incluso cuando disminuyó la producción minera, en los siglos XVII y XVIII, Potosí siguió siendo la más importante. A principios del siglo XVII, los descubrimientos de plata llevaron a la real caja de Oruro al segundo lugar, mientras que la de La Paz ocupó el tercero. A mediados del siglo, esa clasificación no había cambiado: la real caja de Potosí seguía ocupando el primer lugar, la Oruro, el segundo y la de La Paz, el tercero, mientras que las nuevas reales cajas de Chucuito y Carangas, ocuparon el cuarto y quinto lugar, respectivamente. Aun cuando, a principios del siglo XVIII, los ingresos de la real caja de Potosí fueron inferiores a la mitad de lo que habían sido en 1600, esa real caja seguía ocupando el primer lugar y la de Oruro seguía en segundo, aunque presionada ya por la de La Paz, que estaba recaudando casi la misma cantidad de ingresos fiscales. A pesar de que la producción de plata disminuyó en Chucuito, la real caja se las arregló para conservar el cuarto lugar, mientras que la de Carangas ocupó el último. Cincuenta años más tarde, hubo algunos cambios, salvo por la brecha cada vez más grande entre el segundo lugar de la real caja de Oruro y el tercero de la de La Paz y la reaparición de las cuentas de la real caja de Arica, que superó a la de Carangas en ingresos recaudados.

Ahora bien, la clasificación de principios del siglo XIX revela algunos cambios sorprendentes en el Alto Perú: la real caja de Potosí seguía recaudando los ingresos más altos (650 000 pesos anuales, aproximadamente), pero sólo eran un poco superiores a los del segundo lugar, la real caja de La Paz (que recaudó 580 000 pesos, también aproximadamente). La real caja de Chucuito había ascendido al tercer lugar, la de Charcas, al cuarto, y la de Cochabamba, al quinto, mientras que la de Oruro había caído al sexto lugar, y sólo recaudó un poco más de ingresos que el séptimo lugar, la real caja de Arica. A pesar del aumento gradual de los ingresos a partir de mediados del siglo, la real caja de Carangas ocupó el octavo lugar y la pequeña real caja de Santa Cruz de la Sierra, el último. Los cambios más evidentes fueron el incremento de la importancia de la real caja de La Paz y la de Chucuito y la repentina desaparición de la de Oruro. El primer fenómeno se puede explicar por el veloz incremento de la población india del Alto Perú en la segunda mitad del siglo XVIII y la habilidad de los oficiales reales españoles para gravar con nuevos impuestos y tributos a esos indios, a pesar de las graves revueltas del decenio de 1790, tanto en la región de Chucuito como en la de La Paz. En el caso de la real caja de Oruro, la disminución de la producción de plata fue la principal responsable de la caída de los ingresos, combinada con el hecho de que esa real caja sólo recaudó tributos en dos distritos, el de Oruro y el de Paria. También fue importante el aumento del tipo y la variedad de gravámenes impuestos en el Alto Perú, a medida que las diversas reales cajas, en especial las de las zonas mineras, dependían menos de los impuestos sobre la plata y más de otros impuestos para obtener rentas reales.

Los lazos que unían entre sí las diversas reales cajas del Alto Perú o con las reales cajas de otras regiones de la América del Sur española cambiaron espectacularmente durante la época colonial. Durante los primeros doscientos años hasta 1750, las reales cajas del Alto Perú mantuvieron unos lazos muy estrechos con Lima y el Bajo Perú y estuvieron bajo el dominio de la real caja matriz de Lima. Las reales cajas de Arica, Carangas, Chucuito, La Paz, Oruro y Potosí remitían, todas, las existencias de ingresos sobrantes a la Ciudad de los Reyes para que los desembolsaran el virrey y sus asistentes–[¿los oficiales reales bajo su mando?], quienes remitían los caudales a Castilla o los asignaban a la defensa del imperio, las obras pías y educativas del clero o los sueldos de los burócratas imperiales de Lima y otros lugares.

En realidad, hasta aproximadamente el año 1700, los ingresos del Alto Perú y las diversas reales cajas del Bajo Perú proveyeron a Lima de más de la mitad de sus ingresos anuales totales; sin embargo, a partir de 1700, el patrón cambió un poco. Lo más importante fue que las reales cajas del Alto Perú simplemente recaudaban menos ingresos por impuestos y enviaban también menos caudales a Lima: la producción de plata había disminuido en toda la región, por lo que, después de que los oficiales de las reales cajas habían pagado los sueldos y gastos correspondientes a sus distritos, quedaba poco para enviar a Lima. Asimismo, cambió el destino original de las remesas de las existencias de ingresos sobrantes que salían del Alto Perú: antes de 1700, todas esas existencias iban primero a Lima, donde eran desembolsadas para las necesidades virreinales o enviadas a Castilla; no obstante, a partir de 1700, esos ingresos sobrantes eran enviados directamente a menudo a las regiones donde eran necesarias, en lugar de ir primero a Lima, más particularmente a Huancavelica para la reparación y renovación de las minas de azogue, y a Chile, para los situados militares de Santiago, Concepción y Valdivia. En consecuencia, aunque las reales cajas del Alto Perú seguían teniendo lazos con la de Lima a principios del siglo XVIII, esos lazos se volvían cada vez más débiles y tenues a medida que el siglo avanzaba.

El cambio más importante de las relaciones entre las reales cajas tuvo lugar en el decenio de 1770, cuando la atención de las reales cajas del Alto Perú se alejó de Lima, en el litoral del Océano Pacífico, para centrarse en Buenos Aires, y el Océano Atlántico, un cambio que afectó marcadamente la función de la real caja de Potosí. Antes del decenio de 1770, las existencias de ingresos sobrantes de las diversas reales cajas del Alto Perú iban directamente a Lima, Huancavelica o Chile, sin ser encauzadas a través de Potosí; sin embargo, a medida que Buenos Aires adquiría más importancia, Potosí se iba transformando en el punto de transferencia de todos los ingresos sobrantes que remitían las reales cajas del Alto Perú. En efecto, la real caja de Potosí se transformó en la tesorería matriz intermedia de los caudales fiscales sobrantes de los ingresos de las reales cajas de Carangas, Charcas, Cochabamba, Chucuito, La Paz y Oruro, caudales que finalmente eran remitidos a Río de La Plata. En la costa del Océano Pacífico, la real caja de Arica siguió estrechamente ligada a la de Lima, pero, en cambio, las reales cajas del Alto Perú se convirtieron en la principal fuente de ingresos para el desarrollo, la defensa y el sostenimiento de la región de Buenos Aires en la segunda mitad del siglo XVIII. En Lima, mientras tanto, el virrey ya no podía depender de los ingresos fiscales del Alto Perú y tuvo que recurrir a otras fuentes para el sostenimiento y el mantenimiento del virreinato. 12



Las reales cuentas como fuente histórica

 

Las cuentas reales incluidas en este volumen constituyen una fuente vital para entender la economía y la sociedad del Alto Perú y también lo fueron para determinar las políticas imperiales españolas durante la época colonial. Las cartas cuentas o sumarios provienen de los libros de cuentas que llevaban los contadores que tenían a su cargo las reales cajas del Alto Perú.

Normalmente, el contador llevaba dos tipos de libros de cuentas: el libro manual y el libro mayor. El libro manual era un libro diario en el que asentaba la recaudación diaria de impuestos y desembolsos, es decir, en él se llevaba un registro día a día de la real caja. En el libro mayor, el contador llevaba las secciones o ramos de las cuentas; por ejemplo: asentaba todos los tributos cobrados en el ramo de tributos del libro mayor, los impuestos a las ventas, en el ramo de alcabalas, los impuestos a las importaciones y exportaciones, en el ramo de almojarifazgos, etc.; y asentaban los desembolsos de la misma manera. Posteriormente, al final del periodo de una cuenta —hasta 1765, en la mayoría de las reales cajas del Alto Perú, el año fiscal de una cuenta iba del 1 de mayo de un año al 30 de abril del año siguiente—, el contador cerraba sus libros mediante la suma de los asientos de cada ramo y la de todos los totales al final del libro mayor, en los sumarios, también llamados tanteos o relaciones juradas. Consecuentemente, el sumario listaba todos los ingresos y desembolsos por ramo, con un total para cada ramo. En este volumen están incluidos los sumarios existentes de las cuentas de las nueve reales cajas del Alto Perú.

Los asientos en el lado del cargo o de los ingresos de las cuentas revelan mucho acerca de las actividades económicas que tenían lugar en el distrito de cada real caja; por ejemplo: los ítems de ingresos listaban los impuestos sobre la producción de oro y plata (1.5% y quinto de plata, 1.5% y diezmos de plata, etc.) y los derechos reales correspondientes al señoreaje 8la acuñación de monedas) y el ensaye de los metales preciosos. La recaudación de los impuestos a las ventas, las alcabalas de todas clases, refleja las actividades comerciales del distrito de la real caja. Los almojarifazgos de Arica, cuando la real caja no estaba funcionando tierra adentro, en Tacna, proporcionan un indicio del tráfico que pasaba por ese puerto del litoral del Océano Pacífico. Los ocupantes de los cargos eclesiásticos pagaban un impuesto al sueldo y un subsidio a la Corona, incluidos la media anata eclesiástica, la mesada eclesiástica y el subsidio eclesiástico. La jerarquía eclesiástica tenía otras cargas fiscales y, asimismo, debía contribuir con porciones de sus ingresos provenientes de los beneficios mayores y menores: las vacantes mayores y las vacantes menores; de sus ingresos por la venta de la riqueza de un obispo cuando dejaba el cargo, los espolios, y dos novenas partes de la mitad del diezmo reservado como derechos de la Corona, los novenos.

Hacia finales del siglo XVIII, los obispados contribuían a la Corona con estimados fijos para el sostenimiento de la Real Orden de Carlos III, a los que se hacía referencia también como pensión carolina. El pago que debían hacer los oficiales reales de la Real Hacienda, los miembros del cabildo (los regidores), los escribanos y otros servidores menores por la venta, renuncia o alquiler de cargos oficiales (los oficios vendibles y renunciables) era otra fuente de ingresos, al igual que el impuesto de la mitad del sueldo anual por el primer año en el cargo, la media anata, que prácticamente todos los oficiales reales debían pagar.

Los ingresos provenientes de una multitud de otras fuentes ayudaban a llenar las arcas reales en el Alto Perú. Una miríada de monopolios reales proporcionaba fondos a la mayoría de las reales cajas; entre ellos, artículos como el alumbre, la nieve, los naipes, el cobre, el juego de gallos, la plaza de toros, el papel sellado, la sal y las salinas, las loterías, los cordobanes, el tabaco y el importantísimo azogue usado en el amalgamamiento de la plata. La venta de indulgencias (las bulas de Santa Cruzada y las bulas cuadragesimales) era otra lucrativa fuente de ingresos, al igual que el dinero que se debía pagar por la composición de tierras (la legalización y venta de títulos de tierras), la composición de extranjeros (los impuestos a los residentes extranjeros) y las licencias para las pulperías (las tiendas). Los indios estaban exentos de muchos impuestos, pero debían pagar tributos y otros estimados, como el tomín de hospital, el medio real de hospital o la contribución de hospital, para el sostenimiento de los hospitales de indios de la región. En los últimos años del siglo XVIII, también era común que se hiciera estimados de los sueldos de los oficiales reales y militares o de los funcionarios eclesiásticos para el sostenimiento de las viudas, los huérfanos y los retirados (el montepío de oficinas, el montepío de ministros, el montepío militar, el montepío de inválidos, etcétera). El extraordinario era otra categoría reservada a los ingresos de fuentes para las que no había ramo. En el caso de las reales cajas de las ciudades de México y Lima, se trataba de sumas realmente considerables, pero, en el caso del Alto Perú, los caudales recaudados por una real caja como extraordinario no eran considerables.

Los asientos hechos en el lado de los ingresos del libro de cuentas no siempre correspondían a verdaderos ingresos, sino que, en ocasiones, incluían entradas de dinero en la real caja que no correspondían a ingresos fiscales en absoluto: a veces, correspondían a las sumas sobrantes del año previo o de varios años previos: la existencia o los alcances de cuentas; en ocasiones, se pagaban-eran sobras; en otras ocasiones, se trataba de préstamos asentados como tales o como préstamos patrióticos, empréstitos, suplementos de real hacienda e imposiciones de capitales. En algunas ocasiones más, los oficiales reales asentaban esos ingresos como deudas con la real caja, pero aún no cobradas: debido de cobrar, debido de cobrar [de] años anteriores, debido de cobrar [de] esta cuenta, etc.; y, a veces, también, el dinero ingresaba a la real caja sólo por un breve tiempo para su cambio por monedas y, en esos casos, los contadores solían asentar cantidades iguales en el lado de la data o gastos del libro de cuentas. En el caso de Potosí, el asiento más común de ese tipo en el siglo XVII fue de reales labrados de barras.

En el lado de la data o los gastos, los asientos son tan reveladores como los del lado de los ingresos. Los desembolsos incluían los sueldos de todos los oficiales reales que servían en el distrito de la real caja, como los oidores y alcaldes del crimen de la Real Audiencia de La Plata, los regidores, los oficiales reales, porteros y guardias de la real caja y una multitud de otros oficiales reales asignados al Alto Perú. Los sumarios también incluían los gastos de esos mismos oficiales reales en plumas, papel y tinta (gastos del escritorio o gastos de real hacienda), así como el alquiler o reparación de los edificios que usaban (alquiler de casas reales o reparos de casas reales). Los sueldos y gastos para propósitos militares y navales eran asentados en ramos como el de guerra, sueldos militares, milicias, tropa arreglada, sala de armas y otros ítems similares. Asimismo, incluían las remisiones a otras reales cajas, como las de Lima, Huancavelica, Chile y Buenos Aires.

El apoyo de la Real Hacienda a las obras religiosas, de beneficencia y educativas también aparecía en las cuentas, pero en cantidades menores que las destinadas a la defensa. Esos apoyos incluían los fondos asignados al clero para las parroquias o la obra misionera (sínodos, sínodos de doctrinas, sínodos de misiones, limosnas del vino y aceite, mercedes y situaciones, etc.). En ocasiones, los oficiales reales que servían en el Alto Perú y cuyas familias permanecían en España las proveían de un ingreso regular con un estimado del sueldo llamado asignaciones para España. Las viudas, huérfanos, retirados e inválidos recibían el apoyo de los montepíos, los fondos para inválidos y otros fondos de pensiones. En algunos casos, en particular en los siglos XVI y XVII, los ingresos reales, incluidos los provenientes del Alto Perú, eran destinados a obras pías en España, como el palacio de San Lorenzo del Escorial, San Isidro de Madrid o, a principios del siglo XVIII, el edificio del Palacio de Oriente, en Madrid.

En la mayoría de los casos, los desembolsos de un ramo específico indicaban normalmente los costos de la recaudación referente a ese ramo; por ejemplo: casi siempre, el listado de los gastos de las alcabalas indican los costos de la recaudación de esos impuestos; pero no siempre era así: en algunos casos, los asientos sobre las alcabalas en el lado de la data indicaban lo que se gastaba de ese ramo en sueldos, gastos de guerra y gastos generales de la real caja. Lo mismo ocurría en el caso muy frecuente de los tributos y otros grandes ramos. En ocasiones, por lo tanto, los desembolsos pueden no haber sido por los costos de la recaudación en absoluto, sino, simplemente, lo que se había desembolsado de ciertos ramos en particular para cubrir las necesidades del distrito de la real caja; sin embargo, a partir de 1786, los desembolsos para sueldos eran asentados específicamente, por lo general, en ciertos ramos —oficiales reales y militares y cargos eclesiásticos— o como sueldos y pensiones.

En ocasiones, surge otro problema debido a las manías de los contadores respecto a los métodos contables, que diferían de una real caja a otra y de un contador a otro; por ejemplo: algunos tenedores de libros asentaban únicamente ingresos netos en el lado del cargo, es decir, únicamente la suma remanente después de haberse pagado todos los gastos y sueldos correspondientes a cierto ramo. En ocasiones, asimismo, los contadores ignoraban los ramos de transferencia, como las existencias sobrantes, y asentaban los caudales recaudados en años anteriores como ingresos corrientes de cada ramo. Algunas otras veces, también, cambiaban los nombres de los asientos a diferentes ramos. Después de 1787, por ejemplo, los asientos de los impuestos a la compraventa, las alcabalas, desaparecen por completo de las cuentas de Potosí; al igual que los ingresos provenientes de las aduanas, que fueron incluidos en el asiento venido de fuera (es decir, proveniente de otras reales cajas), como si se tratase de existencias de ingresos sobrantes de alguna otra real caja destinadas a Potosí; consecuentemente, la recaudación de las alcabalas de ese año se perdió en la cifra sumada de lo venido de afuera. Asimismo, un problema para determinar tanto los ingresos como los desembolsos era la práctica común de agruparlos en un solo ramo, el de real hacienda, suma que incluye tanto los ingresos como los desembolsos, en especial durante el siglo XVII. El único recurso para determinar las fuentes específicas de los ingresos o los desembolsos en tales casos es consultar el ramo de real hacienda de cada una de las cuentas.

La contabilidad de doble asiento se empezó a aplicar en el Alto Perú en 1787 y al principio provocó caos entre los tenedores imperiales de libros hasta que el sistema se uniformó en 1790 o 1791, aproximadamente. 13   Una innovación que llegó con la introducción del método del doble asiento fue el añadido de un nuevo ramo, el de real hacienda en común. Para los contadores del Alto Perú, ese ramo significaba cosas diferentes: para algunos, era un ramo que representaba las sumas disponibles para su desembolso después de haber pagado los gastos de cada ramo; en otras palabras, si los ingresos de los impuestos a la minería habían sido de 100 000 pesos y los desembolsos habían sido de 50 000 pesos, también asentaban los 50 000 restantes en el ramo de real hacienda en común. Posteriormente, sumaban todas esas cantidades y la suma aparecía en el sumario de esa categoría. En lado de la data, el ramo de real hacienda en común consistía en el total de desembolsos para los que no había ramos en el lado del cargo o de desembolsos que eran superiores a los gastos en el lado de la data; por ejemplo: los sueldos de real hacienda (es decir, los sueldos de los oficiales reales de la real caja) no tenían asiento en el lado de los ingresos del libro de cuentas y fueron asentados dos veces en el lado de la data, una vez como sueldos de real hacienda y, una vez más, en el ramo de real hacienda en común. En algunas reales cajas, no obstante, el ramo de real hacienda en común servía, ya fuese como un ramo cajón de sastre, como el extraordinario del siglo XVII y principios del siglo XVIII, o como un ramo de transferencia, como el de las existencias.

Otro aspecto que estuvo estrechamente relacionado con el establecimiento de la contabilidad de doble asiento fue la descomposición de los ramos de cada cuenta en tres ramos distintos: ramos de real hacienda, ramos particulares y ramos ajenos. Esas distinciones perduraron casi a todo lo largo del siglo XVIII, pero los contadores coloniales las diferenciaron más claramente después de la llegada del sistema de doble asiento, en 1787 o 1788. Los ramos de real hacienda fueron las principales fuentes de ingresos para uso imperial en el Alto Perú e incluían los impuestos a la minería, los tributos, las alcabalas, los ingresos de las ventas de algunos monopolios reales, los almojarifazgos (los impuestos a las importaciones y las exportaciones), algunas multas y otras exacciones reales generales. Los ingresos de ese ramo estaban destinados al sostenimiento de los oficiales reales asignados al Alto Perú, al pago de los gastos de la burocracia, al apoyo de algunas obras misioneras y de beneficencia y al sostenimiento del ejército en tiempos de guerra o rebelión.

Los ramos particulares, llamados también ramos de segunda clase, consistían en los impuestos asignados por la Corona a propósitos específicos, ingresos que los oficiales de las reales cajas no podían usar como fondos para el funcionamiento general de las tesorerías. En Potosí y el resto del virreinato, esos impuestos incluían gravámenes como la media anata eclesiástica, la mesada eclesiástica, las vacantes mayores, las vacantes menores, las ventas de azogue de Almadén, los ingresos de la venta de naipes y tabaco y los descuentos de los sueldos de los soldados usados para el sostenimiento de los incapacitados o retirados (los inválidos). La tercera categoría, la de los ramos ajenos, era la de los ingresos asignados a propósitos específicos, ya fuese en España, el Perú o el Alto Perú; entre ellos, los destinados a la Real Orden de Carlos III, los estimados sobre cada obispado del Alto Perú, las ventas de riqueza líquida de un prelado retirado o fallecido, el pago del tomín para los hospitales de indios del Alto Perú, los fondos de pensiones y el impuesto del señoreaje de un real de plata sobre cada real en marco de minería, destinado exclusivamente al fomento y desarrollo de la minería. En teoría y por ley, los oficiales reales no podían usar los ingresos de los ramos particulares y los ramos ajenos para sacar de apuros a las reales cajas del virreinato cuando los fondos del ramo de real hacienda se agotaban: esos ingresos estaban asignados específicamente a la Corona o a ciertas instituciones, individuos o propósitos; en la realidad, no obstante, cuando surgía la necesidad, frecuentemente los trasladaban al ramo de real hacienda, al principio, como préstamos y, luego, como contribuciones permanentes a la Real Hacienda, en especial a principios del siglo XVIII, cuando surgió una mayor necesidad de cubrir los crecientes gastos imperiales que fue necesario hacer durante las guerras de independencia.

En algunos casos, las cuentas del Alto Perú incluidas en este volumen están prácticamente completas, en realidad, asombrosamente completas; en otros casos, tienen lagunas considerables. Los contadores reales del Alto Perú llevaban normalmente tres copias de sus libros mayores y sus libros manuales: una que debían conservar en la real caja, una que debían enviar al Tribunal de Cuentas, la institución de auditoría del virreinato, con asiento en Lima, y una que se debía enviar a la Contaduría Mayor del Consejo de Indias, en Sevilla. Consecuentemente, en un momento u otro, deberían haber existido tres juegos de cuentas. En el caso de Potosí, así ocurría realmente y la serie de ese importante centro minero es extraordinariamente completa: en realidad, de las cuenta de Potosí, que abarcan de 1560 a 1823, sólo faltan veinte. Algunas de las cuentas existentes no incluyen los listados de los desembolsos, pero existen las cuentas correspondientes a todos los años, salvo los veinte mencionados. Esa serie es muy completa debido en una gran medida al trabajo del profesor Peter Bakewell, quien, en muchos casos, reunió las cuentas descubiertas en los archivos de Potosí mediante el uso de los libros manuales o la lista de los ingresos y egresos diarios como su fuente. De hecho, él nos proporcionó aproximadamente la tercera parte de las cuentas de Potosí, la mayoría de ellas de la primera mitad del siglo XVII. Con todo, en el caso de las otras reales cajas, existen grandes lagunas, principalmente entre las del siglo XVII, al igual que ocurre en el caso de las lagunas de las cuentas peruanas de ese siglo. Es probable que todavía aparezcan algunas cuentas en los archivos de Argentina, Bolivia, Chile el Perú o España, pero, sin duda alguna, muchas se habrán perdido para siempre. Con todo, los registros existentes constituyen una fuente maravillosamente rica para la reconstrucción de la estructura fiscal del Alto Perú.



Las monedas de cuenta

 

En el Alto Perú, los contadores coloniales y sus asistentes llevaron sus cuentas en una variedad de monedas. A diferencia de la Nueva España, donde el peso de a ocho reales fue la unidad monetaria patrón durante toda la época colonial, los contadores del Alto Perú usaron el peso de a ocho, el peso ensayado, el peso del oro, el peso ensayado de 12 y 1/2 reales y el peso corriente. En la mayoría de los casos, no obstante, salvo en el de Potosí en 1589 aproximadamente, cuando el peso corriente era común en los asientos de las cuentas, los pesos ensayados y los pesos de a ocho eran la unidad más común empleada en los libros de cuentas de las reales cajas. En las cuentas de La Paz usaron el peso del oro un poco a principios del siglo XVIII, pero, como regla general, los pesos ensayados predominaron en el siglo XVII y los pesos de a ocho, en el siglo XVIII y, hacia 1743, los pesos de a ocho eran ya la unidad de contabilidad común en todas las reales cajas del Alto Perú.

En España y las Indias, los maravedíes eran la unidad patrón de los contadores; por ejemplo: los caudales que enviaban de las Indias a España, en Sevilla o Cádiz eran asentados siempre como maravedíes para permitir que los peninsulares convirtieran el valor de las monedas o los lingotes coloniales a las unidades de moneda usadas en España. En las Indias, a todo lo largo de la época colonial, el peso de a ocho equivalía a 272 maravedíes y el peso ensayado, normalmente, a 450 maravedíes, aunque, hacia finales del siglo XVII, en el Perú y el Alto Perú ya circulaba el peso ensayado de 12 y 1/2 reales y así aparecía en las cuentas. Durante los primeros decenios de los libros de cuentas de Potosí, los pesos corrientes eran comunes; hasta 1574, equivalieron a 400 maravedíes, pero su valor se redujo a 288 maravedíes hacia finales del siglo. 14   Así, para la conversión, ocho reales eran equivalentes a un peso de a ocho de 272 maravedíes; un real era equivalente a 34 maravedíes; y un peso ensayado equivalía a 450 maravedíes o 1.6544 pesos de a ocho. El peso del oro aparece en las cuentas de La Paz a partir de 1689 y se mantiene hasta 1721. Durante ese periodo, un peso de oro de 22-1/2 quilates valía 850 maravedíes o 3.125 pesos de a ocho, aunque el valor de los pesos de oro variaba considerablemente de una región a otra. En el caso de las cuentas incluidas en este volumen, todos los diferentes tipos de monedas de cuenta fueron convertidos a una de las tres monedas; sin embargo, en el caso del siglo XVII, en ocasiones es difícil saber si los contadores usaron los pesos ensayados de 12 y 1/2 reales o los de 450 maravedíes; pero, dado que los pesos de 450 maravedíes eran mucho más comunes, se supone que en todas las cuentas se usó el peso de 450 maravedíes.

Sorprendentemente, en lo concerniente a la pureza de las monedas de oro y de plata, la Corona intervino poco en el valor o contenido de las monedas coloniales. En realidad, los oficiales reales nunca devaluaron el peso ensayado en España ni el peso de a ocho en las Indias y ambos mantuvieron su equivalente de 450 y 272 maravedíes, respectivamente. Ahora bien, la Corona sí envileció la moneda de plata, pero no antes del siglo XVIII, después de mantener la pureza del peso de a ocho en 25.561 gramos de plata pura durante más de doscientos años (de 1525 a 1728). Las estafas, errores en el peso o el ensaye, los recortes y otros problemas en torno a la acuñación y la circulación del dinero causaron que la pureza de las monedas provenientes de ciertas casas de moneda coloniales tuviese una gran variedad, pero la ley establecía con precisión la cantidad de plata pura de un peso de a ocho, la que, hasta 1728, fue de 25.561 gramos de plata pura; sin embargo, en ese año, Felipe V ordenó el primer envilecimiento del peso de a ocho a 24.809 gramos. De 1772 a 1786, su pureza se redujo más, a 24.433 gramos; y, a partir de 1786 hasta el final de la época colonial, en 1825, se redujo a 24.245 gramos. Consecuentemente, a partir de 1728, el contenido de plata de un peso de a ocho disminuyó aproximadamente 1.3 gramos o alrededor del cuatro por ciento. 15



Los métodos empleados para compilar las cuentas

 

Los sumarios de cuentas incluidos en este volumen fueron compilados por un equipo de investigadores que trabajó con los documentos encontrados en el Archivo General de Indias, en Sevilla, la Biblioteca Nacional y el Archivo Nacional del Perú, en Lima, el Archivo General de la Nación, en Buenos Aires, y el Archivo Histórico de Potosí, en Potosí. El equipo, que empezó a trabajar en España, examinó primero todos los legajos de los que se pensaba que podrían contener una carta cuenta, o sumario. Los sumarios encontrados fueron microfilmados o, en algunos casos, copiados a mano, si habían sido elaborados con el sistema de doble asiento-entrada o si estaban muy manchados. El material resultante se codificó después de la siguiente manera: a cada asiento de impuestos de cada sumario se le asignó un número de código, en un libro de códigos separado, diferenciado mediante las categorías cargo (ingresos) y data (desembolsos); por ejemplo: los ingresos provenientes de las alcabalas reales recibieron el código 19c y los desembolsos del mismo ramo, el código 13d; en el caso de los tributos reales, el código 8845C indicaba el cargo y el código 8844D, la data. Finalmente, el libro de códigos incluyó unos 8 000 asientos fiscales diferentes de ingresos y egresos de las 67 reales cajas cuyos datos fueron recolectados. Los listados de códigos también incluyeron el lugar donde se encuentra el documento y el número del legajo, incluidas las fechas (mes y año) del sumario de las cuentas, un número de código del impuesto correspondiente al asiento, seguido por una C o una D, de cargo y data, la cantidad del asiento en pesos de a ocho, pesos ensayados y peso del oro, dependiendo de la unidad de cuenta usada por el contador real, y un código del impuesto agrupado, con lo que se asignó más de 8 000 asientos de cuentas a una de las 44 categorías de ingresos o desembolsos.

Posteriormente, se perforó las tarjetas de computadora a partir de esos listados y sumarios reproducidos en forma legible para computadora en listados de computadora, incluido también un total computado para ayudarse en el proceso de cotejo. Después se confrontó cada listado con la reproducción de la copia de la cuenta original en busca de errores, se anotó los errores, se hizo la perforación de nuevas tarjetas para reemplazar las que los tenían y se produjo un nuevo listado de computadora. Posteriormente, se repitió varias veces el mismo proceso hasta que el sumario de computadora se correspondió exactamente con la carta cuenta original.

En consecuencia, los sumarios de las cuentas incluidas en este volumen son réplicas exactas de las cuentas originales, con unos cuantos cambios menores. En primer lugar, las cuentas originales estaban asentadas en pesos, tomines (reales) y granos; ocho tomines equivalían a un peso y doce granos equivalían a un tomín, pero las cuentas impresas fueron redondeadas al peso más cercano, para eliminar los tomines y los granos; por ejemplo: si un asiento aparecía en la cuenta original como 16 pesos, 5 tomines, 6 granos, en el sumario de computadora aparecía como 17 pesos; si un asiento era de 26 pesos, 3 tomines, 8 granos, aparecía en el listado como 26 pesos. Los asientos de cuatro o más tomines fueron redondeados al peso siguiente, lo que explica en parte las pequeñas discrepancias entre los totales originales de los contadores y los totales de la computadora. En segundo lugar, para ayudar al investigador, se ordenó alfabéticamente los asientos, si bien los originales no lo estaban. En tercer lugar, siempre que fue posible, se uniformó los asientos; y, aunque no siempre fue posible hacerlo, se hizo siempre que pareció lo más obvio; por ejemplo: las nuevas indulgencias, que proporcionaban ingresos a la Corona a finales del siglo XVIII, eran llamadas bulas cuadragesimales, pero, en ocasiones, se hacía referencia a ellas como bulas de carne, debido a que otorgaban exenciones de las restricciones sobre el consumo de carne durante la Cuaresma; por lo tanto, las bulas de carne están listadas siempre en esas cuentas como bulas cuadragesimales. En cuarto lugar, se requirió hacer un cambio más debido a las restricciones de programación de la computadora, que limitaron el número de caracteres de los asientos, por lo que se tuvo la necesidad de hacer abreviaturas, cuya lista aparece después de esta introducción. En quinto lugar, fue necesario introducir una diferencia más, en unos cuantos casos, para agrupar ciertos asientos: en ocasiones, las cartas cuentas listaban los sueldos de cada uno de los oficiales reales y soldados que servían en el distrito de una real caja y, en esos casos, dichos sueldos se agruparon en la categoría más general. En sexto lugar, en fin, una innovación final consistió en añadir un total computado de cada cuenta, es decir, un total de cada lado de entradas y salidas de los libros de cuentas. Ahora bien, en los casos en que los totales de computadora y los totales de los contadores no concordaban o no se pudo cuadrarlos, las diferencias se mantuvieron; y, cuando no había totales de los contadores, el sumario de las cuentas está incompleto por alguna razón; básicamente, no obstante, los sumarios se encuentran en su forma más pura, tal como originalmente los elaboraron el contador y sus asistentes en el distrito de la real caja.

Además de los asientos y las cantidades de los ingresos o desembolsos, los sumarios impresos proporcionan otra información. En la esquina superior izquierda de cada cuenta hay unos números o letras precedidos por una S, una L, una B o una P. La S indica que la cuenta original se encuentra en Sevilla, en el Archivo General de Indias; la L indica que está en el Archivo Nacional del Perú o en la Biblioteca Nacional, en Lima; la B significa que se encuentra en el Archivo General de la Nación, en Buenos Aires; y la P, que reposa en el Archivo Histórico de Potosí. Así, p249 indica que la cuenta se encuentra en Potosí y tiene el número 249 en una de las secciones de ese archivo. En el caso de los documentos que se encuentran en Sevilla, la letra S viene primero y va seguida del número del legajo: los sumarios hasta 1760, aproximadamente, provienen de la Sección Contaduría del Archivo General de Indias y los posteriores a 1760, aproximadamente, se pueden encontrar en las secciones, ya sea de la Audiencia de Charcas o de la Audiencia de Lima de ese mismo archivo. Las cuentas del Alto Perú se encuentran en varios legajos de la Sección Contaduría numerados entre 1795 y 1850 y, después de mediados del siglo XVIII, en la Sección Audiencia de Charcas, en los legajos 627 al 671, y en la Sección Audiencia de Lima, en los legajos 1301 y 1415. En el caso de Potosí, las cuentas proporcionadas por Peter Blackwell correspondientes a la primera mitad del siglo XVII se encuentran en la Sección Reales Cajas, legajos 100 al 376, del Archivo Histórico de Potosí. En el caso de las reales cajas de Arica, Cochabamba, La Paz y Santa Cruz de la Sierra, algunas cuentas dispersas provienen de la Sección 13 del Archivo General de la Nación, en Buenos Aires, y de la Sección Real Hacienda del Archivo Nacional del Perú, tanto de las secciones catalogadas como de las no catalogadas.

En los sumarios impresos también fueron incluidas las fechas globales de las cuentas, redondeadas al mes más cercano. Aunque en Potosí y en el Alto Perú las cuentas se llevaron por año calendario a partir de 1770, en el Alto Perú, durante la mayor parte del siglo XVII y a principios del siglo XVIII, el año contable-fiscal iba normalmente del 1 de mayo de un año al 30 de abril del siguiente año. Ahora bien, si una cuenta abarcaba un periodo irregular, se redondeaba al mes más cercano: si abarcaba quince o más días de un mes, esa cuenta se listaba como correspondiente a todo el mes; si abarcaba menos de quince días, no se incluía como parte del periodo de la cuenta. Así, una cuenta que abarcaba del 17 de mayo de 1685 al 4 de mayo de de1688, se identifica como 6/1685-4/1688; mientras que una que abarcaba del 12 de mayo de 1590 al 28 de mayo de 1592, se identifica como 5/1590-5/1592.

En conclusión, este volumen forma parte de un proyecto más amplio para compilar y publicar las cartas cuentas de cinco regiones del Imperio Español en América: la Nueva España, el Perú, el Alto Perú (hoy Bolivia), Chile y Río de La Plata (Argentina, Uruguay y Paraguay). En el caso del virreinato de la Nueva España, la Secretaría de Hacienda de México publicó en la capital del país tres volúmenes de sumarios de cuentas de las 23 reales cajas de ese virreinato. Por lo demás, esas cuentas están disponibles en diversos bancos de datos de Estados Unidos para todos aquellos que deseen usar los datos en lenguaje de computadora; los bancos de datos se encuentran en la Universidad de Duke (Duke University), en la Universidad Columbia de Wisconsin (Columbia University of Wisconsin), en Madison, en la Universidad de Florida (University of Florida) y en el Consorcio Inter–Universitario para Investigación Política y Social (Inter-University Consortium, for Political and Social Research), en la Universidad de Michigan. Consideramos que esas cuentas son fundamentales para la comprensión del desarrollo del Imperio Español en América en el tiempo y el espacio y de las economías regionales en el seno de esa vasta estructura; asimismo, seguramente esos datos aumentarán considerablemente nuestra comprensión de la economía mundial y del sistema económico mundial de la época moderna temprana.



Reconocimientos

 

Un amplio proyecto que requiera la compilación y cotejo de más de 250 000 piezas de datos numéricos exige una considerable cantidad de apoyo económico y personal. Este proyecto no ha sido la excepción; pero, afortunadamente, tuvimos un fuerte apoyo de varias instituciones y personas. El primero y más importante fue el apoyo económico de la Tinker Foundation y de la National Endowment for the Humanities, cuya muy considerable ayuda hizo posible la compilación de los sumarios de cuentas incluidos en este volumen. Otro apoyo provino del Committee on International Studies de la Duke University y del Research Council de dicha universidad, cuyas subvenciones hicieron posible determinar la factibilidad del proyecto y llevar a cabo una parte de las primeras investigaciones. Para redondear el proyecto, la American Philosophical Society le proporcionó ayuda al profesor TePaske para la investigación en Sevilla con el propósito de entender las manías para aplicar los métodos de contabilidad, el significado de ciertos asientos, las tasas impositivas y algunas otras cuestiones que el trabajo de compilación había dejado sin solucionar. Tanto la Duke University como la Columbia University nos proporcionaron un amplio apoyo económico para la perforación de las tarjetas de computadora y el tiempo de computadora fundamental para el proyecto.

Un gran número de personas contribuyeron al trabajo en el proyecto. En España, Rosario Parra, directora del Archivo General de Indias, y todo su personal cooperaron en todos sentidos, tanto en el trabajo de compilación como en otorgarnos la autorización para microfilmar las cartas cuentas. También en España, el Dr. José Jesús Hernández Palomo, de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos, Mariluz, su esposa, y el Dr. G. Douglas Inglis actuaron como consultores de enlace cuando surgieron los problemas en el transcurso de la compilación y el cotejo. En Lima, el Dr. Guillermo Durán Flores, del Archivo Nacional del Perú, Graciela Sánchez Cerro, directora de la Sala de Manuscritos de la Biblioteca Nacional, y el personal de ambos nos prestaron una gran ayuda en el descubrimiento de las cuentas que no pudimos encontrar en Sevilla. En Bolivia, el Dr. Mario Chacón Torres y su personal del Archivo Histórico de Potosí nos prestaron una gran ayuda, mientras que, en Buenos Aires, el personal del Archivo General de la Nación hizo lo mismo. En Estados Unidos, una multitud de colegas, estudiantes, familiares y amigos trabajó en varios aspectos del proyecto. El Dr. Miles Wortman dirigió el equipo de investigadores que hizo el trabajo inicial de compilación en Sevilla de 1975 a 1976, equipo compuesto por Kenneth Andrien, la Dra. Josefina Tiryakian y Kendall W. Brown. En el caso de este volumen en particular, Eileen Keremitsis fue la encargada de descubrir en los archivos de Buenos Aires un gran número de cuentas de misiones en el Alto Perú y merece un elogio especial. Kathy Ames, Pamela Landreth, Ellen Thompson, Nancy Smith, Neomi TePaske, Marianna TePaske, Susan TePaske-King y Michael Jones ayudaron en las tareas de codificación, perforación de las tarjetas y la interminable confrontación de los sumarios impresos con las cuentas originales. Marion Salinger, del Center for International Studies, de la Duke University, ayudó en innumerables maneras a todo lo largo de la vida del proyecto y Dorothy Sapp, mi siempre abnegada ayudante-esposa y amiga, nos prestó ayuda en una gran variedad de tareas y fue invaluable en la preparación de los volúmenes para su publicación. En el Computation Center de la Duke University, Heath Tuttle, Gary Grady, Andy Beamer, Amy McElhaney, Ellen Lenox, Mildred Phillips y Neal Paris nos proporcionaron generosamente su tiempo, consejos y experiencia a lo largo de un prolongado periodo de tiempo para garantizar el éxito de los aspectos técnicos del proyecto. En la Duke University Press, Anne Poole, John Menapace y Ed Hayes nos prestaron una ayuda inconmensurable. Un subsidio del University Research Council de la Duke University hizo posible tanto la publicación de este volumen como la de los otros dos de la serie. En cuanto a los errores que inevitablemente puede cometer uno —y, en una obra como esta, es inevitable que se presenten—, nosotros somos los únicos responsables.

John Jay TePaske, Duke University
Herbert S. Klein, Columbia University



Notas

 

1. Véase un breve análisis del sistema de la Real Hacienda, las funciones de los oficiales reales en las reales cajas y otros detalles generales de las funciones y el lugar de las reales cajas en el Perú en la introducción a John TePaske y Herbert Klein, The Royal Treasuries of the Spanish Empire in America: Peru, Durham, N. C., Duke University Press, 1982.Continuar leyendo

2. Peter J. Bakewell, “Registered Silver Production in the Potosí District, 1550-1735”, Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtscaft und Gesekkschaft Lateinamerikas, núm. 12, 1975, pp. 86-87.Continuar leyendo

3. A partir de las fechas del asiento de los datos de las cuentas, es difícil determinar la fecha real en que cualquiera de las reales cajas empezó a funcionar [esta parte es confusa]. Para los propósitos de este volumen, suponemos que una real caja empezó a funcionar cerca de la fecha en que apareció la primera cuenta, a menos que tengamos pruebas más concretas de la fecha de fundación o de la época en que una real caja inició sus operaciones. En el caso de las reales cajas de Potosí y Oruro, Peter J. Blackwell estableció las fechas de 1550 y 1607, respectivamente, como los años en que iniciaron sus operaciones; y Kendall W. Brown estableció la fecha de 1587 para la caja de Arica. Véase Kendall W. Brown, The Economic and Fiscal Structure of Eighteenth-Century Arequipa, Ann Arbor, University of Michigan Microfilms, 1979, p. 17.Continuar leyendo

4. Ibid., p. 7.Continuar leyendo

5. Ibíd., p. 17. Existen indicios claros de que la real caja de Arica pudo haber cesado sus operaciones por completo durante ciertos periodos. La única cuenta existente de esa real caja correspondiente al siglo XVII es de 1634. Se descubrió una cuenta de 1736-1737, pero hay una laguna de más de veinte años, hasta 1759. Es posible que la real caja de Arica fuese como la de Campeche, en la Nueva España, que sólo funcionó esporádicamente hasta el siglo XVIII.Continuar leyendo

6. Bakewell, “Registered Silver Production in the Potosí District…”, op. cit., p. 90. La primera cuenta de la real caja de Oruro incluida en este volumen corresponde a 1609. El profesor Bakewell indica que la primera cuenta apareció en 1607.Continuar leyendo

7. Cosme Bueno, Geografía del Perú virreinal (siglo XVIII), Lima, 1951, p. 125.Continuar leyendo

8. En el decenio de 1980, William Jowdy , , entonces estudiante de posgrado de historia en la Universidad de Michigan, estaba desarrollando el tema de su tesis sobre los indios de la región de La Paz a finales del siglo XVI. En su investigación, descubrió una considerable información sobre los pagos de los tributos de esos indios que indicaba que La Paz pudo muy bien haber tenido una real caja antes de 1624, aunque bien pudo haber obtenido sus cifras de las cuentas de Potosí, que servía como cámara de compensación de la mayoría de los sobrantes de tributos recaudados en el siglo XVI y principios del siglo XVII en el Alto Perú.Continuar leyendo

9. Bueno, Geografía del Perú virreinal…, op. cit., pp. 16 y 18.Continuar leyendo

10. Ibid., p. 18. Continuar leyendo

11. La importancia relativa de Santa Cruz de la Sierra se puede ver por la cantidad de tributos que envió a la real caja de Potosí en 1751: las remesas totales de ese año de Santa Cruz de la Sierra a Potosí sumaron 2 900 pesos, mientras que las de Cochabamba sumaron 22 300 pesos, más de siete veces las enviadas por Santa Cruz de la Sierra.Continuar leyendo

12. En lo concerniente a que el centro de la atención pasara de Lima a Buenos Aires, véase Guillermo Céspedes del Castillo, Lima y Buenos Aires; repercusiones económicas y políticas de la creación de Virreinato del Plata, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1947; y Hebert S. Klein, “Structure and Profitability of Royal Finances in the Viceroyalty of the Río de la Plata in 1790”, Hispanic American Historical Review, núm. 53, agosto de 1973, pp. 440-469.Continuar leyendo

13. Véase Pedro Santos Martínez, “Reforma a la contabilidad colonial en el siglo XVIII (el método de partida doble)”, Anuario de Estudios Americanos, núm. 17, 1960, pp. 525-536.Continuar leyendo

14. Peter J. Bakewell, “Registered Silver Production in the Potosí District”, op. cit., pp. 72-74.Continuar leyendo

15. De los muchos artículos sobre la acuñación colonial, los dos más valiosos son los de Humberto Burzio, “El ‘peso de plata’ hispanoamericano”, Historia, núm. 3, 1958, Buenos Aires, pp. 9-24; y “El ‘peso de oro’ hispanoamericano”, Historia, núm. 4, 1956, Buenos Aires, pp. 21-52.Continuar leyendo