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INTRODUCCIÓN

 

El desarrollo del sistema de la Real Hacienda en el Ecuador colonial

 

A finales de la época prehispánica, el Ecuador, situado en los límites septentrionales del Imperio Inca, siguió siendo una región marginal de un imperio durante la época colonial española que siguió. El Ecuador colonial español, cuyo territorio, parecido a una cuña, se encontraba encajonado entre sus dos vecinos más grandes en el litoral del Océano Pacífico, Nueva Granada (hoy Colombia) y el Perú, era fundamentalmente una región cultivadora de productos agrícolas y telas bastas, pero no de oro ni plata, metales que hicieron del Perú y el Alto Perú (hoy Bolivia) unos lugares tan seductores para los invasores europeos. Los españoles llegaron por primera vez a las costas del Ecuador en el decenio de 1530 y, muy pronto, durante el decenio siguiente, se convirtió en la cabeza de puente para la conquista del Perú por Francisco Pizarro: en 1533 y 1534, los tenientes de Pizarro, penetraron en el interior del Ecuador, primero Sebastián de Benalcázar, que avanzó hacia el norte desde Piura por el litoral peruano, y luego Diego de Almagro. Almagro fundó Santiago de Quito, la actual Riobamba, en agosto de 1534 y, cuatro meses más tarde, en diciembre, en lo alto de los Andes, De Benalcázar fundó San Francisco de Quito, la capital y principal ciudad del Ecuador español. Inmediatamente empezó a funcionar un cabildo para administrar los asuntos de la nueva ciudad y, en 1538, Francisco Pizarro nombró a Gonzalo Pizarro como primer gobernador del Ecuador. En 1545, Carlos V estableció el primer obispado en el distrito de Quito y, en 1563, para fortalecer el poder real en la región, Felipe II estableció la Audiencia de Quito, con jurisdicción sobre lo que hoy en día es prácticamente el Ecuador.

            Guayaquil, a 320 kilómetros al suroeste de Quito, sobre el litoral del Océano Pacífico, llegó a ser la segunda ciudad más importante del Ecuador (aunque los vecinos de la ciudad podrían argumentar que fue la primera). Sebastián de Benalcázar fundo la primera villa en la desembocadura del río Babahoyo, pero las inundaciones y los brotes de enfermedades hicieron inhabitable el lugar. En 1538, consecuentemente, Francisco de Orellana, famoso por su épico recorrido río abajo del Amazonas durante el decenio de 1540, desde la región oriental de la cuenca hasta la desembocadura del río, trasladó la ciudad 72 kilómetros corriente arriba y la bautizó como Santiago de Guayaquil, en honor del jefe indio local Guaya y su esposa, Quil. Debido a que cuenta con uno de los mejores puertos del litoral del Océano Pacífico en la costa de América del Sur, el destino de Guayaquil se encontró ligado muy estrechamente al del Perú. Cuando la importancia imperial del Perú se incrementó, en especial como fuente de oro y plata y como el virreinato más importante de las Indias a finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, también aumentó la importancia de Guayaquil. Ésta, que al principio era una escala conveniente para los navíos de cabotaje que recorrían las costas del Pacífico entre El Callao y Panamá, adquirió importancia más tarde como astillero y productora de madera de construcción, pertrechos navales, cacao, naranjas y aguardiente; y, a medida que el comercio legal e ilegal con los orientales se expandía a finales del siglo XVI, también llegó a ser un importante centro de almacenaje y distribución para el comercio con el Lejano Oriente.

            Los lazos de Guayaquil con Quito fueron muy flojos a todo lo largo de la época colonial: la ruta de la capital a la costa, a través de Latacunga, Ambato, Riobamba y Chimbo y, luego, por agua, río abajo por el Guayas hasta Guayaquil, era tortuosa con buen tiempo e intransitable durante la temporada de lluvias. Sin sorpresa alguna, gracias a su buen puerto sobre la ruta de la Armada del Sur en sus recorridos desde Panamá y a la dependencia peruana de los barcos y pertrechos navales que se producía en la región, Guayaquil desarrolló fuertes lazos con Lima y El Callao, los cuales se reflejaron en una real cédula del 7 de julio de 1803 que separó Guayaquil de Quito y la anexó a la real hacienda peruana. 1

            Cuando el Ecuador empezó a atraer a más colonizadores, fueron fundadas otras ciudades españolas en la región. Cuenca, fundada en 1577, llegó a ser la tercera ciudad en importancia del Ecuador colonial. Establecida a casi 320 kilómetros directamente al sur de Quito, en la región meridional central de la Audiencia de Quito, Cuenca fue un importante centro comercial regional con una numerosa población india sobre la ruta terrestre y fluvial que iba de Quito a Lima por Cuenca, Loja, Piura, Trujillo y El Callao. Zamora, al sur de Cuenca, tuvo cierta importancia temporal como región productora modesta de oro, mientras que, en la cuenca ecuatoriana del río Amazonas, Jaén de Bracamoros alcanzó cierta importancia a finales del siglo XVIII, cuando se convirtió en una real caja secundaria.

Para los colonizadores españoles, el Ecuador no tenía el atractivo de la Nueva España o el Perú, con la promesa de grandes riquezas; no obstante, algunos españoles se establecieron en el Ecuador, atraídos por la posibilidad de obtener encomiendas y explotar la mano de obra y los tributos que los indios podían proveer. Los frailes españoles —jesuitas, franciscanos y dominicos, en particular— llegaron para españolizar y evangelizar a los pueblos indígenas y reforzar la presencia española en el Ecuador, presencia que llevó las enfermedades europeas que, para el último decenio del siglo XVI, ya habían diezmado a al menos la mitad de la población india. 2 En la época, empezaron a llegar poco a poco al Ecuador los burócratas imperiales españoles para imponer las leyes españolas, recaudar impuestos y tributos y fomentar los reales intereses en la región. El presidente de la Audiencia de Quito, establecida en 1563, desempeñaba también el cargo de gobernador, asistido por un reducido número de jueces de la audiencia, que actuaba como tribunal de apelación y como consejo del gobernador. 3 El número de oficiales reales españoles con jurisdicción en las regiones locales —corregidores, gobernadores y tenientes— también empezó a aumentar en todo el Ecuador en el siglo XVI para extender aun más la dominación española. 4

            Como parte de los esfuerzos de la Corona española por estrechar su dominio sobre el Ecuador, el rey estableció, como en el resto de las Indias, una red de reales cajas para recaudar los impuestos y tributos, desembolsar esos ingresos para las necesidades del distrito de la real caja local y, en general, para supervisar los intereses fiscales del rey en sus reinos y virreinatos coloniales. 5 Las fechas exactas de la fundación de las reales cajas en el Ecuador es difícil de establecer, 6 pero la documentación indica que la real caja de Quito inició su funcionamiento en 1535, inmediatamente después de la fundación de la ciudad a finales de 1534. En el caso del extremo meridional del Ecuador, existen cuentas rudimentarias correspondientes al distrito de minas de oro de Zamora, de 1551 a 1565, y de la cercana Valladolid, de 1567 a 1576, que muy probablemente indican un cambio del asiento físico de la real caja de Zamora a Valladolid después de 1565. Las cuentas de la real caja de Guayaquil aparecen ya en 1564 y 1565, aunque un experto del siglo XVII sobre los asuntos de la Real Hacienda en el Perú afirma que la real caja de Guayaquil sólo empezó a funcionar en 1582. Ahora bien, es extraño que, a pesar del establecimiento de varios distritos de reales cajas, sólo existan unas cuantas cuentas dispersas de los siglos XVI y XVII en el Ecuador, tan pocas, en realidad, que no fueron incluidas en este volumen.

            A comienzos del siglo XVIII, de las reales cajas que habían existido en el siglo XVII, sólo quedaban la de Guayaquil y la de Quito; sin embargo, en 1772, se fundó una nueva real caja en Loja y Cuenca, con oficiales de la Real Hacienda que actuaron en ambas ciudades hasta 1724, pero, a principios de 1725, ya solamente en Cuenca. Mucho más tarde en el siglo XVIII, en 1762, se estableció una pequeña real caja en la cuenca amazónica del Ecuador, en Jaén de Bracamoros, pero que sólo produjo unos ingresos simbólicos de menos de 10,000 pesos anuales provenientes de los impuestos y tributos y desapareció paulatinamente en 1792. En consecuencia, a lo largo del siglo XVIII, el Ecuador tuvo cuatro distritos de la Real Hacienda: Cuenca, Guayaquil, Quito y Jaén de Bracamoros; y las cuentas del siglo XVIII de esas cuatro reales cajas constituyen la substancia de este volumen.







EL FUNCIONAMIENTO DE LAS REALES CAJAS EN EL ECUADOR COLONIAL

 

Aun cuando el funcionamiento de las reales cajas era diferente de una tesorería a otra, la ley española estipulaba rigurosamente el funcionamiento del sistema de la Real Hacienda. Normalmente, cada real caja tenía dos oficiales mayores, un contador y un tesorero, llamados oficiales reales debido a la práctica medieval de dar ese título a quienes desempeñaban funciones fiscales en las aduanas de Aragón y en la armada de la Corona de Castilla. Los oficiales mayores o tenedores de libros asistían al contador en el ordenamiento de las cuentas, mientras que el alguacil mayor o agente asistía al tesorero. En algunas reales cajas similares, el cargo de tesorero o contador era desempeñado por una sola persona, pero, normalmente, en cada real caja había dos oficiales reales tanto para repartirse la carga de trabajo como para garantizar la honestidad de cada transacción de la real caja. En el Ecuador, los sueldos de los oficiales reales no eran tan altos como los pagados a los de las reales cajas principales, como las de Lima o Potosí. De las tres principales reales cajas del Ecuador, la de Quito pagaba los sueldos más altos a sus oficiales reales: de 1 000 a 1 500 pesos de a ocho reales anualmente, y un poco más a finales del siglo XVIII. En Guayaquil y Cuenca, esos dos funcionarios obtenían entre el 50 y el 75 por ciento de esas sumas, mientras que. en Jaén de Bracamoros, muy probablemente no había ningún oficial real que recaudara los magros ingresos generados allí, sólo cobradores.


         La legislación real regulaba escrupulosamente la conducta de los oficiales reales de la Real Hacienda: 8 si un contador o tesorero provenía de España, debía depositar una fianza en el Consejo de Indias, junto con una declaración detallada de su situación financiera, para recibir las minuciosas instrucciones sobre la manera de llevar a cabo sus deberes; asimismo, debía hacer un juramento al tomar posesión de su cargo. Si provenía de las Indias o de España, el oficial real debía depositar su fianza en la real caja donde servía, presentar sus documentos de identidad al administrador principal y los jueces de su distrito y hacer un juramento ante ellos al ocupar su cargo. El oficial mayor de la real caja —ya fuese el contador o el tesorero— debía vivir en la casa real, donde se guardaba el tesoro de la real caja y se llevaba a cabo las transacciones de ésta. Si no había casa real, debía residir en “la casa más segura del vecindario”. Los oficiales reales no podían desempeñar ningún otro cargo imperial o en el gobierno local, como los de corregidor, alcalde o regidor, ni participar en el comercio, la fundición de mineral de metales preciosos o las actividades de minería, tener encomiendas, confraternizar con los vecinos de la comunidad en los días de fiestas ni desposarse con sus hijas, u otros parientes cercanos de los otros funcionarios de la Real Hacienda. Tales restricciones, se esperaba, evitarían los tejemanejes, los fraudes y el nepotismo.

         La legislación real especificaba claramente los deberes del contador y el tesorero. El contador, considerado ordinariamente como el más importante de los dos, llevaba los libros o supervisaba a los tenedores de libros, certificaba todas las transacciones de la real caja y conservaba en su poder una de las llaves de la real caja fuerte donde se guardaba los caudales de la Real Hacienda. Para llevar las cuentas, el contador usaba dos libros: el libro mayor y el libro manual. El primero estaba dividido en dos ramos: el de ingresos, llamados cargo, con asientos como las alcabalas, los oficios vendibles y renunciables, los tributos, las indulgencias (como las bulas de la Santa Cruzada), los novenos, etc.; y el de egresos, llamado data, donde se registraba los salarios, los gastos de guerra, los caudales remitidos a cualquier parte (remitido a España, remitido a Cartagena y remitido a Quito), el subsidio a los hospitales, los montepíos, etc. El libro mayor también incluía un sumario del periodo de las cuentas con las columnas del cargo y la data, donde se listaba los totales de las sumas cobradas o gastadas de cada ramo durante el periodo de la cuenta. El libro mayor era un diario donde se registraba los ingresos y desembolsos diarios de todos los caudales cobrados o desembolsados por la real caja: fecha, nombre del que pagaba o del que recibía el desembolso y ramo de la tesorería al que pertenecía el pago o desembolso; los dos oficiales reales de la real caja y un tercer testigo verificaban cada pago o desembolso. En los casos en que era necesario, el contador supervisaba que se llevara las cuentas especiales de algunos ramos, como los tributos, aunque, en unos cuantos casos, unos contadores especiales llevaban libros de cuentas separados, como los de las ventas de azogue o las de indulgencias. Los contadores de las reales cajas principales también eran responsables del envío periódico de los estados de cuentas, los que eran solicitados ocasionalmente por los altos funcionarios de Madrid que deseaban examinar la situación financiera de ciertas regiones de las Indias a lo largo del tiempo: los estados de cuentas eran una fuente útil para tener un conocimiento más preciso de la situación fiscal de las diversas regiones del imperio. Ahora bien, en el caso del Ecuador, había poca necesidad de dichos documentos.


         A partir de 1605, los contadores del Ecuador y otros lugares del Perú se hicieron responsables de someter sus cuentas a la recién establecida institución de auditoría, el Tribunal de Cuentas de Lima, creado para garantizar la exactitud y honestidad de las cuentas e informes de las reales cajas. 9 Si el contador no se mostraba expedito en la sumisión de las cuentas al tribunal para su auditoría, podía perder su sueldo, lo cual, no obstante, parece no haber sido nunca un asunto importante; por el contrario, a medida que pasaba el tiempo, el principal problema fueron las insoportables demoras del tribunal, que frecuentemente se atrasaba años en sus auditorías y en remitir las cuentas finiquitadas a la Real Contaduría Mayor del Consejo de Indias en España.


         Al igual que el contador, el tesorero desempeñaba funciones específicas: era el responsable de recibir personalmente los ingresos de las rentas y de registrar los desembolsos; asimismo, tenía a su cargo la salvaguarda de la real caja de caudales y la seguridad de la real casa donde se guardaba los caudales de la tesorería y los libros de cuentas. La ley exigía que el cuarto o bóveda donde se guardaba la caja fuerte tuviera puertas resistentes para proteger las monedas y los lingotes de oro y plata pertenecientes a la real caja y que el tesorero o el contador vivieran en la casa real donde se llevaba a cabo las transacciones de la real caja. El tesorero tenía en su poder una de las tres llaves de la caja de caudales de la tesorería, la cual era literalmente una caja fuerte de metal o madera reforzada con tiras de metal y con tres cerraduras diferentes, por lo que era necesario que estuvieran presentes los tres oficiales reales que tenían llave siempre que se abría la caja de caudales para sacar o depositar lo que fuere. Como ya se hizo notar, el contador tenía una llave, el tesorero, la segunda y un oficial real de alta jerarquía de la comunidad, la tercera. Si cualquiera de los tres daba su llave a otra persona, era sometido a la destitución de su cargo y a la pérdida de la mitad de su patrimonio. Si, durante una semana determinada, no había cobros o desembolsos que hacer, la ley estipulaba, no obstante, que se debía hacer la inspección de la real caja. Por lo general, la inspección se llevaba a cabo los sábados, pero, si el sábado era un día de fiesta, la inspección se llevaba a cabo el miércoles.


         La mayoría de las reales cajas, las del Ecuador no eran una excepción, observaban una rutina similar a la que enseguida se describe. 10 Normalmente, cada real caja abría durante cinco horas al día, tres por la mañana y dos por la tarde. Los pagos de impuestos se podían hacer en cualquier momento durante ese horario y los oficiales reales tenían órdenes estrictas de depositar los ingresos recaudados en la caja de caudales el mismo día en que eran cobrados. Por lo general, los desembolsos de la tesorería tenían lugar los sábados. Los oficiales reales también debían supervisar la subasta de los bienes en especie entregados en pago de los impuestos o tributos —como maíz, frijol, papas, ropa, gallinas y otros productos—, lo cual tenía lugar generalmente los jueves o viernes por la mañana. La subasta de bienes comisos, ya fuesen ilícitos o de contrabando, era una función más de los oficiales de la Real Hacienda.


         Las leyes que regulaban la conducta de los oficiales reales de la Real Hacienda en el Ecuador y en todas las demás colonias se basaban en el deseo de evitar el fraude y la corrupción. La caja de caudales de tres cerraduras, la certificación de cada asiento de las cuentas por tres oficiales reales, la teneduría de dos tipos de libros de cuentas y el depósito de una fuerte fianza por el contador y el tesorero eran todas medidas calculadas para mantener la honestidad e integridad de los oficiales de la Real Hacienda en las Indias. Asimismo, con otros reglamentos se buscaba garantizar que el rey recibiera su parte de las rentas fiscales que se obtenían de las Indias. Los oficiales reales tenían instrucciones estrictas de llevar una contabilidad escrupulosa de la existencia de ingresos sobrantes al final de cada periodo de cuenta y de remitir inmediatamente a España dicha existencia: tenían la orden de nunca retener esos caudales en su propio distrito para cubrir los gastos previstos. Todos los bienes en especie y los lingotes de oro y plata que debían enviar a España debían ser embarcados en cajas fuertes seguras, acompañados con un informe sobre las fuentes que habían generado las remesas. Ahora bien, en el caso de los oficiales de la Real Hacienda destacados en el Ecuador, esas órdenes tenían poca importancia: prácticamente todas las existencias sobrantes de impuestos eran enviadas a la Nueva Granada para sostener las guarniciones y plazas fuertes de Santa Marta, Cartagena de Indias y Riohacha.


         Los cargos de la Real Hacienda en las Indias eran muy codiciados, en especial los de las reales cajas principales. Los oficiales de la Real Hacienda recibían un buen sueldo y tenían un amplio poder, privilegios y una posición en la comunidad. En su mayoría, no obstante, no necesitaban una capacitación escrupulosa como la de un contador de nuestros días. Los principales requisitos para desempeñar sus funciones eran que supiesen leer y escribir, que conociesen la aritmética elemental y fuesen lo suficientemente acaudalados como para pagar la fianza requerida para obtener un cargo en la Real Hacienda: debían saber leer para poder entender el fárrago de reales leyes que estipulaban su conducta en el cargo y el funcionamiento de las reales cajas; debían saber escribir para poder certificar los asientos en las cuentas y redactar sus informes; y tenían que entender la aritmética elemental para poder llevar las cuentas adecuadamente y satisfacer la detallada supervisión de los jueces del Tribunal de Cuentas y la Contaduría Mayor del Consejo de Indias. En lo personal, debían ser un tanto compulsivos y deleitarse en prestar una estrecha atención al detalle en la teneduría de las cuentas hasta el último tomín, grano y maravedí. Por lo demás, sólo requerían poca capacitación: las técnicas contables de la España imperial eran rudimentarias, por no decir primitivas, y se podía aprenderlas fácilmente en cualquiera escuela o ya en el trabajo, después de un poco de entrenamiento. Además, los principiantes nombrados para un cargo tenían a su disposición reglamentos o manuales sobre el trabajo, por si acaso surgiese algún problema.


         Todo lo anterior cambió drásticamente a principios del decenio de 1790, cuando, a consecuencia de una serie de reformas imperiales introducidas por los Borbón, Carlos III decretó un nuevo sistema de doble asiento para la teneduría de libros en las reales cajas de las Indias. 11 Cuando el nuevo sistema entró en vigor en el Ecuador y las demás colonias, en 1787, causó confusión y fuertes dolores de cabeza entre los contadores imperiales. 12 En realidad el nuevo sistema era de muy difícil comprensión para los contadores de todas partes en las Indias, salvo el de Lima , por lo que el nuevo sistema de doble asiento fue abandonado después de tres años en favor del anterior método de cargo y data, si bien con algunos refinamientos introducidos para listar los impuestos debidos de cobrar del año y de años anteriores y seguir mejor las huellas de las existencias de ingresos sobrantes.


         A finales del decenio de 1790, además del fallido intento de introducir la contabilidad de doble asiento, la Corona empezó a clasificar los ingresos fiscales y los desembolsos en tres categorías: ramos de real hacienda, ramos particulares y ramos ajenos . En la primera categoría se asentaba los impuestos asignados al funcionamiento general del distrito de la real caja, como las alcabalas, los tributos, los diezmos, los impuestos a los sueldos, el papel sellado, la alcabala sobre el aguardiente y las ventas de pólvora y el impuesto sobre el juego de gallos. En la segunda categoría, la de ramos particulares, se asentaba los ingresos específicamente asignados al uso de la Corona: los impuestos a los clérigos (la media anata eclesiástica y las mesadas eclesiásticas), la venta de indulgencias (las bulas de Santa Cruzada y las bulas cuadragesimales), los ingresos de las parroquias y obispados vacantes (las vacantes menores y las vacantes mayores), los ingresos por la confiscación de las propiedades de los jesuitas (las temporalidades), los donativos y los ingresos de los monopolios del tabaco y los naipes. La tercera categoría, en fin, la de ramos ajenos, consistía en los ingresos asignados para propósitos específicos en España o en el imperio: estimados de los ingresos de los obispados para sostener la Real Orden de Carlos III, las penas de cámara, la porción de los beneficios de la venta de los bienes ilegales comisos asignada al Consejo de Indias y el Superintendente de la Real Hacienda en Madrid, las pensiones para los soldados y burócratas (los montepíos militares y los montepíos de ministros), lo recaudado para el seminario conciliar y el hospital de San Lázaro, de Quito, y las contribuciones para la redención de cautivos españoles. Los ministros reales esperaban que ese sistema obligaría a los oficiales reales locales a usar más eficazmente los ingresos asignados a los gastos del funcionamiento general, garantizar a la Corona una mayor porción de las rentas producidas por las Indias y establecer fuentes confiables y constantes de ingresos para los fondos especiales de pensiones, beneficencia y necesidades burocráticas. Desgraciadamente para la Corona, tanto en el Ecuador como en otros lugares de las Indias, ese sistema, diseñado para sistematizar y clasificar los impuestos en categorías específicas con el propósito de garantizar a la Corona unos ingresos continuos no dio resultado: las necesidades locales, las urgencias y los costos cada vez más altos en las Indias, en especial los gastos de guerra, provocaron que los ingresos de los ramos particulares y los ajenos pasaran continuamente al presupuesto general de funcionamiento de la Real Hacienda (los ramos de real hacienda), en especial durante la época de las guerras de independencia.

LAS REALES CARTAS CUENTAS DEL ECUADOR COMO FUENTE HISTÓRICA

 

Las cuentas del siglo XVIII de las reales cajas de Cuenca, Guayaquil, Jaén de Bracamoros y Quito incluidas en este volumen son una importante fuente para comprender la estructura fiscal y algunos aspectos de la vida en el Ecuador de ese siglo; no obstante, es necesario abordar críticamente las cartas cuentas, como cualquier otro documento. A pesar del torrente de leyes que estipulaban la manera como se debía llevar las cuentas, cada contador tenía su propia idiosincrasia, algo respecto a lo cual el analista debe mostrarse muy cauteloso. Algunos contadores asentaban el dinero recaudado de años anteriores como ingresos corrientes; otros no asentaban lo que todavía se debía a la Real Hacienda o lo asentaban como ingresos; algunos más transferían los remanentes de ingresos de una página a la siguiente como cobros corrientes; otros más restaban los costos de la recaudación o los pagos por cada ítem y sólo asentaban el ingreso neto; algunos más sumaban el ingreso o el egreso en una categoría general, como la de real hacienda o la de asignaciones y situados; y otros más, en fin, preferían indicar únicamente el ramo del desembolso en el lado de la data del libro de cuentas, sin indicar los propósitos específicos del desembolso. Con todo, usadas con cuidado y críticamente, las cartas cuentas pueden ser muy útiles para generar un cuadro general de la estructura fiscal del Ecuador del siglo XVIII y de varios tipos de actividades económicas que tenían lugar en los distritos de las reales cajas.


         Los asientos del lado de los ingresos de los libros de cuentas de las reales cajas de Cuenca, Guayaquil, Jaén de Bracamoros y Quito reflejan las características de cada uno de los distritos; y, como podría esperarse, los tributos eran una fuente importante de ingresos en las reales cajas de Cuenca, Jaén de Bracamoros y Quito. En 1776, por ejemplo, la real caja de Quito recaudó casi una tercera parte de sus ingresos de los tributos, mientras que, ese mismo año, Cuenca obtuvo casi tres cuartas partes de sus ingresos de esa fuente. En el caso de Jaén de Bracamoros, los tributos del año fiscal 1744-1745 sumaron más del 80 por ciento de sus ingresos totales. Las alcabalas y los impuestos al aguardiente en Quito y Cuenca también fueron considerables y, sumados, esos dos ramos representaron en 1776 el 20 por ciento de los ingresos de Quito y el 13 por ciento de los de Cuenca. En cambio, Guayaquil, en cuanto puerto, dependía menos de los tributos —menos del 20 por ciento— y mucho más de los almojarifazgos (los impuestos a las importaciones y las exportaciones, en las aduanas de entrada y salida) —el 43 por ciento en ese año de 1776—. Los impuestos sobre los sueldos o sobre las ventas de oficios (medias anatas y mesadas eclesiásticas u oficios vendibles y renunciables) eran también una fuente de ingresos para las tres reales cajas principales. Oros ingresos los generaban las ventas de papel sellado, que se usaba en las transacciones legales en el Ecuador colonial, las indulgencias (las bulas de Santa Cruzada y las bulas cuadragesimales), las ventas de pólvora y tabaco y las ventas de los bienes de contrabando comisos, los donativos, los novenos, el estimado de los sueldos para las pensiones (los montepíos e inválidos) y los ingresos de las vacantes mayores y menores de los obispados; sin embargo, en ninguna de las reales cajas del Ecuador del siglo XVIII había exacciones sobre la producción de oro o plata ni beneficios de las ventas de azogue, siempre considerables.


         En lo concerniente al lado de los gastos de los libros de cuentas, los asientos en éstas solían detallar normalmente en qué se gastaba los ingresos: toda clase de salarios de los oficiales reales, gastos militares (sueldos militares, gastos de guerra, expedición a los límites del río Marañón), pensiones (montepíos e inválidos), pagos para propósitos de beneficencia o de educación (becas del colegio de San Luis, becas reales, becas de la Universidad de San Marcos de Lima, hospital de San Lázaro, seminario conciliar), costos de recaudación de los diversos impuestos, correos, etc. En el caso de la real caja de Quito, el dinero remitido a Cartagena de Indias y Santa Marta constituyó con mucho los egresos más considerables en el lado del gasto en el siglo XVIII; e incluía las existencias sobrantes remitidas a Quito de Cuenca y Guayaquil, que aparecen en los ramos de gastos como remitido a Quito; y en las cuentas de esta última ciudad aparecen en el lado del cargo del libro de cuentas como ingresos provenientes de la real caja de Cuenca o de la de Guayaquil. Hacia finales del siglo XVIII, también se asentaba en los libros de cuentas como debido de cobrar lo que se debía a la real caja. Ocasionalmente, un asiento especial en una cuenta verifica o confirma acontecimientos importantes en el Ecuador; por ejemplo: en las cuentas de Quito de principios del decenio de 1740, hay asientos de cantidades pagadas a los oficiales navales españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa durante su estancia en el Ecuador trabajando para la expedición francesa que midió la longitud de un grado meridiano terrestre en las proximidades del ecuador; y, asimismo, años más tarde, los asientos de gastos se referían a los costos anuales del mantenimiento de la presencia militar española en la frontera con el Brasil portugués.



LOS MÉTODOS USADOS PARA COMPILAR Y HACER LOS LISTADOS DE LAS CUENTAS

 

Los resúmenes de las cuentas incluidos en este volumen fueron compilados a partir de los documentos conservados en el Archivo General de Indias, en Sevilla, España, y en el Archivo Histórico Nacional, en Quito, Ecuador. Por lo general, los contadores de las reales cajas de los distritos de las Indias llevaban las cuentas por triplicado: una copia para remitirla al Tribunal de Cuentas de Lima, una para la real caja y la tercera para la Real Contaduría del Consejo de Indias de Castilla, con sede en Sevilla. Las que llegaron a Sevilla, ya fuese remitidas por la Auditoría de Madrid o por el Tribunal de Cuentas de Lima o Bogotá, son las cuentas que se encuentran en el Archivo General de Indias (AGI), en Sevilla, y constituyen las únicas fuentes de las cuentas de las reales cajas de Cuenca, Guayaquil y Jaén de Bracamoros; no obstante, algunas cuentas de Quito que no se encuentran en España, en particular las del primer decenio del siglo XVIII y las de 1739, fueron descubiertas en Quito, en el Archivo Histórico Nacional, por el profesor Kenneth J. Andrien, de la Universidad Estatal de Ohio, quien generosamente las puso a nuestra disposición para la publicación de este volumen. Asimismo, algunas cuentas de la primera mitad del siglo XVIII, que abarcan el periodo de 1711 a 1735, fueron compiladas a partir de algunos informes de investigaciones y expedientes relativos a las condiciones de la real caja de Quito, informes que permiten reconstruir muchas de las cuentas originales que no fue posible encontrar en los archivos de la Real Contaduría del Consejo de Indias que se encuentran en el Archivo General de Indias. En ocasiones, esos documentos sólo contienen los totales de cada año, los cuales fueron integrados en las cuentas incluidas en este volumen.


         Las fuentes de las cuentas son las que a continuación se mencionan. En el caso de la real caja de Cuenca: AGI, Contaduría, legajos 1377, 1576 y 1577; en el caso de la real caja de Quito: ibíd., legajos 469 a 475 y 477; en el caso de la real caja de Jaén de Bracamoros, ibíd., Quito, legajo 497; y, en el caso de la real caja de Quito: Archivo Histórico Nacional de Quito, Quito, Real Hacienda, legajos 10 y 15; y AGI, Contaduría, legajos 1377 y 1529 a 1540, y Quito, legajos 140, 141, 165, 173, 413 y 415 a 429. Ocasionalmente, encontramos duplicados de algunas cuentas en el Archivo General de Indias. En el caso de Guayaquil, algunos de esos duplicados contenían un desglose más detallado de lo que se había recaudado en la aduana. En esos casos, usamos la cuenta con los asientos más desglosados, aunque no los había para todos los años.


         Por lo general, compilamos las cuentas aplicando el método que se explica a continuación. Siempre que fue posible, obtuvimos fotocopias de las cartas cuentas del Archivo General de Indias, fotocopias que posteriormente grabamos en discos de computadora con la misma forma exactamente en que el contador original las había elaborado, con la salvedad de que los asientos fueron redondeados al peso más cercano. Más tarde, imprimimos las cuentas y las cotejamos contra las fotocopias de los originales en busca de errores u omisiones, proceso que repetimos dos o tres veces para asegurarnos lo más posible de su exactitud. También se añadió un total computado de todos los asientos para contar con una verificación adicional de las sumas hechas por el contador original; no obstante, las discrepancias que no pudimos resolver se mantuvieron tal cual estaban en el documento original. Consecuentemente, los sumarios de las cuentas fueron reproducidos como réplicas exactas de las cartas cuentas originales, con algunos cambios para que fuesen útiles para los investigadores. En primer lugar, todas fueron redondeadas al peso más cercano; y se mantuvo las cuentas originales en pesos, tomines y granos; así, un asiento de 560 pesos, 5 tomines y 2 granos en una cuenta aparece como 561 pesos, un asiento de 12 pesos, 3 tomines y 1 grano, aparece como 12 pesos, etc. En segundo lugar, todos los asientos fueron ordenados alfabéticamente para ayudar al investigador. En tercer lugar, se uniformó la mayoría de los asientos; por ejemplo: los ingresos por diezmos aparecían a menudo como dos novenos en las cartas cuentas originales, pero fueron simplificados como novenos; y lo mismo ocurrió en el caso de los asientos de las vacantes mayores, que a menudo aparecían como vacantes de obispados. En cuarto lugar, muy ocasionalmente, los asientos fueron sumados, como en las primeras cuentas de Cuenca, en las que los clérigos que se desempeñaban en Valladolid, Zamora, Loyola y Santiago recibían estipendios de la real caja dos o tres veces durante el mismo periodo de una cuenta. En quinto lugar, como ya se hizo notar, incluimos un total computado al final de cada sumario de cuentas para poner de relieve las discrepancias entre los asientos listados y los totales originales del contador; es posible que aparezcan algunas diferencias menores entre unos y otros debido al redondeo al peso más cercano. En sexto lugar, la fuente de cada cuenta se incluye codificada en la esquina superior izquierda de cada copia de las cuentas como archivo, sección y número de legajo: AHN-Q significa Archivo Histórico Nacional de Quito y RH es la abreviatura de la sección de la Real Hacienda en ese archivo; AGI significa Archivo General de Indias, donde Quito indica la porción correspondiente a Quito de la Sección V (Gobierno) y Contaduría, esa sección del Archivo General de Indias. En todos los demás casos, con excepción de los cambios mencionados, las cuentas aquí reproducidas son tan fieles a los originales como fue posible.


         La moneda de cuenta utilizada en las cartas cuentas es el peso de a ocho, el cual equivalía a ocho reales o 272 maravedíes, la unidad patrón usada prácticamente en todo el Imperio Español durante el siglo XVIII. A todo lo largo de los siglos XVI y XVII, el peso de a ocho contuvo 25.561 gramos de plata pura. En 1728, por primera vez durante la época colonial, Felipe V ordenó el envilecimiento del peso americano a 24.908 gramos de plata pura. En 1772, Carlos III redujo aun más el contenido de plata pura a 24.433 gramos y, en 1786, volvió a reducir la pureza a 24.245 gramos, peso con el que se mantuvo hasta el final de la época colonial. Consecuentemente, en el transcurso del siglo XVIII, el contenido de plata del peso de a ocho disminuyó aproximadamente 1.3 gramos o el cuatro por ciento.



RECONOCIMIENTOS

 

Un gran número de instituciones e individuos hicieron posible la compilación de las cuentas. Quisiéramos dar las gracias tanto al Consejo de Investigación en Ciencias Sociales como al Banco de España, cuyas subvenciones hicieron posible parte de la investigación. Asimismo, al University Research Council de la Universidad de Duke, por su apoyo económico. Las subvenciones anteriores de la Tinker Foundation, el National Endowment for The Humanities y la American Philosophical Society para compilar las cuentas reales de otras regiones de las Indias españolas nos permitieron establecer los métodos y técnicas básicos usados en la compilación de las cartas cuentas del Ecuador colonial reproducidas en este volumen. En Sevilla, la Dra. Rosario Parra, directora del Archivo General de Indias, y su personal, como siempre, cooperaron en el trabajo de compilación y fotocopiado de las cuentas.
También en Sevilla, el Dr. Douglas Inglis nos proporcionó asistencia informática, mientras que el señor Francisco Sánchez rico (Sánchez, para los investigadores del Archivo General de Indias) nos ayudó a verificar y volver e verificar las cuentas que estaban manchadas o eran de lectura difícil. En Estados Unidos, Gary Grady diseño el programa de computadora que nos ahorró tanto tiempo en la verificación y compaginación de los listados de computadora con las cuentas originales y nos ayudó a preparar los sumarios de las cuentas para su publicación. Dorothy Sapp y Thelma Kithcart, nuestras siempre abnegadas esposas, prepararon el manuscrito para la Duke University Press. Lo mismo hizo Alan Tuttle, del National Humanities Center. Sobre todo, deseamos agradecer al Dr. Kenneth J. Andrien, de la Universidad Estatal de Ohio, su ayuda a todo lo largo del proyecto; no sólo estuvo dispuesto a compartir las cuentas que había compilado sobre el Quito de principios del siglo XVIII, también nos proporcionó los primeros listados de computadora para poner de relieve errores y omisiones. Los errores que aún permanecen, no obstante, son nuestra responsabilidad.

John Jay TePaske, Duke University
Herbert S. Klein, Columbia University

 

 



Notas

 

1. AGI, Lima, Legajo 610, Real cédula, Madrid, 7 de julio de 1803.Continuar leyendo

2. Suzanne Austin Browne, Epidemic Disease in Colonial Ecuador, Ann Arbor, University of Michigan Microfilms, 1982, p. 68.Continuar leyendo

3. El mejor libro sobre las funciones de la Audiencia de Quito es el de John Leddy Phelan, The Kingdom of Quito in the Seventeenth Century: Bureaucratic Politics in the Spanish Empire, Madison, University of Wisconsin Press, 1967.Continuar leyendo

4. En el siglo XVIII, la Audiencia de Quito tenía diez corregimientos y cinco gobernaciones. Los corregimientos eran Quito, Guayaquil, Cuenca, Loja, San Miguel de Ibarra, Otavalo, Latacunga, Riobamba, Chimbo y Pastor. Las gobernaciones eran Quijos y Macas, Maynas, Atacames, Bracamontes y Popayán. Véase Luis Navarro García, coord., América en el siglo XVIII: los primeros Borbones, en Historia general de España y América, Madrid, Rialp, 1983, tomo XI-A, p. 603.Continuar leyendo

5. En lo concerniente al desarrollo del sistema de la Real Hacienda en las Indias españolas, existe un buen número de útiles estudios primarios y secundarios. Respecto a su desarrollo inicial, véase Ismael Sánchez Bella, La administración financiera de las Indias (siglo XVI), Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1968. Entre las fuentes más útiles sobre las diversas leyes que gobernaban el funcionamiento de las reales cajas y los deberes de los oficiales reales, se encuentran las siguientes: Recopilación de leyes de los Reynos de las Indias, Madrid, Consejo de la Hispanidad, 1943, 3 tomos, en especial el Libro XVIII, tomo II; Gaspar de Escalona Agüero, Gazofilacio real de Perú, tratado financiero del coloniaje, 4ª ed., La Paz, Editorial del Estado, 1941; Alfonso García Gallo, coord., Cedulario indiano. Recopilado por Diego de Encinas, Oficial Mayor de la Escribanía de la Cámara del Consejo Supremo y Real de las Indias, Libro Tercero, Madrid, Ediciones de Cultura, 1946, pp. 224-323; Juan de Solórzano Pereyra, Política indiana, Madrid, Gabriel Ramírez, 1739, tomo II, pp. 423-521; Fabián de Fonseca y Carlos de Urrutia Historia general de la Real Hacienda, México, Vicente G. Torres, 1845-1853, 6 tomos, y su volumen acompañante, Alberto María Carreño, coord., Compendio de la historia de la Real Hacienda de Nueva España, escrito en el año 1794 por D. Joaquín Maniau, México, Imprenta de la Secretaría de la Industria y Comercio, 1914; Manuel Josef de Ayala, Diccionario de gobierno y legislación de Indias, Madrid, Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, 1929, 2 tomos; Reglamento para el comercio libre, 1778, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1978; Gisela Morazán de Pérez Enciso, coord., Las ordenanzas de intendentes de Indias, Caracas, Universidad Central de Venezuela, Facultad de Derecho, 1972; José Canga Argüelles, Diccionario de Hacienda, para el uso de los encargados de la suprema dirección de ella, Londres, Imprenta Española de M. Calero, 1826-1827, 5 tomos. Véase también Amalia Gómez Gómez, Las visitas de la Real Hacienda novohispana en el reinado de Felipe V (1710-1733), Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1979; Miguel Artola, La hacienda del antiguo régimen, Madrid, Alianza Universidad/Banco de España, 1982; Guillermo Céspedes del Castillo, “Reorganización de la hacienda peruana en el siglo XVIII”, Anuario de Historia de Derecho Español, núm. 23, 1953, pp. 229-269; Hebert S. Klein, “Structure and Profitability of Royal Finance in the Viceroyalty of the Río de la Plata in 1790”, Hispanic American Historical Review, núm. 53, agosto de 1973, pp. 440-469; Samuel Amaral, “Public Expenditure Financing in the Colonial Treasury: An Analysis of the Real Caja de Buenos Aires Accounts, 1789-1791”, Hispanic American Review, núm. 64, mayo de 1984, pp. 287-295, y el comentario de H. S. Klein, J. E. Cuenca, J. R. Fisher y J. J. Te Paske, pp. 297-322; y H. S. Klein y J. Barbier; “Recent Trends in the Study of Spanish American Colonial Public Finance”, Latin American Research Review, núm. 23, 1988, pp. 35-62.Continuar leyendo

6. La fecha exacta en que las reales cajas fueron establecidas o empezaron a funcionar en América es difícil de determinar. Como se ha hecho notar, algunas cuentas aparecen con frecuencia antes del establecimiento formal de las cajas, como en el caso de Guayaquil. Las fechas utilizadas para las reales cajas del Ecuador se basan en las fechas de las primeras cuentas existentes disponibles.Continuar leyendo

7. Francisco López de Carabantes, Noticia general del Perú, Madrid, Atlas, 1968, 2 tomos, reimpresión de su análisis descriptivo del Perú colonial del siglo XVII.Continuar leyendo

8. Véase la nota 5. Continuar leyendo

9. Ronald Escobedo Mansilla, Control fiscal en el virreinato peruano: el Tribunal de Cuentas, Madrid, Alhambra, 1986.Continuar leyendo

10. El reglamento que gobernaba el funcionamiento de las reales cajas era diferente de un lugar a otro, pero todos eran similares al descrito, salvo en lo concerniente a los días de la semana en que los oficiales reales desempeñaban ciertas funciones. Véase, por ejemplo, Escalona Agüero, Gazofilacio real de Perú…, op. cit., pp. 47-48; así como la rutina establecida por las diferentes leyes en Recopilación de leyes de los Reynos de las Indias, op. cit.Continuar leyendo

11. Véase Pedro Martínez Santos, “Reformas a la contabilidad colonial en el siglo XVIII (el método de partida doble)”, Anuario de Estudios Americanos, núm. 17, 1960, pp. 526-536.Continuar leyendo

12. Basta sólo con examinar los libros de cuentas peruanas de Lima de 1787 para comprender lo difícil que era para los contadores entender el nuevo sistema: esas cuentas muestran un gran número de modificaciones, garabatos y enmiendas que demuestran la confusión y desconcierto del contador que hacía tanteos con el nuevo sistema.Continuar leyendo

13. Dos artículos invaluables sobre la acuñación colonial de monedas y los valores de cambio y tipos de monedas son los de Humberto Burzio, “El ‘peso de plata’ hispanoamericano”, Historia, núm. 3, Buenos Aires, 1958, pp. 9-24; y “El ‘peso de oro’ hispanoamericano”, Historia, núm. 4, Buenos Aires, 1956, pp. 21-52.Continuar leyendo