Introducción de Herbert klein y John Jay TePaske al volumen 1 titulado The Royal Treasuries of the Spanish Empire in America, Volume 1. Perú. Publicados por Duke University Press, Durham, N.C. en 1982. (Reproducido con autorización de los autores).
INTRODUCCIÓN
El desarrollo del sistema de la Real Hacienda en el Perú
La conquista y colonización española del Nuevo Mundo fue una empresa de enormes proporciones, no sólo para las pequeñas bandas de conquistadores que se apoderaron de las Indias para España sino también para los burócratas que los siguieron. Los objetivos de la Corona española, por su parte, eran someter a los pueblos indígenas al dominio real, mantener la lealtad de los conquistadores y sus descendientes y asegurarse su parte de la riqueza que se producía de las Indias. Mediante las instituciones y funcionarios que habían consolidado el poder real en la propia España durante la Reconquista, la Corona envió una multitud de oficiales reales a las Indias para imponer la autoridad real: virreyes, corregidores, capitanes generales, jueces de las audiencias y muchos otros.
Una institución menos conocida pero igualmente importante para implantar e imponer el poder real fue el sistema de la Real Hacienda (la tesorería real), una estructura fiscal bien definida y diseñada para recaudar los tributos reales, desembolsar los fondos para las necesidades coloniales, remitir las existencias sobrantes de fondos a Castilla u otras regiones del imperio y, en general, supervisar los intereses económicos de la Corona en las Indias. Las reales cajas, que empezaron a ser establecidas prácticamente al mismo tiempo que se llevaba a cabo la conquista, fueron surgiendo a medida que Castilla extendía su dominación a nuevas regiones de América, a los puertos importantes, los centros mineros productivos, los puestos de avanzada militar, de vital importancia, los centros administrativos y comerciales y las regiones con poblaciones indias numerosas. Esas reales cajas y los oficiales reales asociados a ellas —contadores, tesoreros, factores, proveedores, pagadores y veedores— fueron vínculos de capital importancia para la administración colonial española, dado que eran los encargados de la administración fiscal de las regiones donde fueron establecidas.
En la evolución de la Real Hacienda española, el sistema establecido en las Indias fue un importantísimo adelanto respecto a la organización metropolitana. Desde sus inicios, los oficiales reales recaudaron un porcentaje más alto de tributos reales y las reales cajas funcionaron de una manera mucho más racional y unificada. En la propia España, había varias jurisdicciones y agencias superpuestas y cuasi autónomas de la Real Hacienda que recaudaban impuestos; además, la Corona desembolsaba fondos en muchos ámbitos y no organizaba los desembolsos tan jerárquicamente como el sistema americano, que estaba más estructurado. Finalmente, a diferencia de la propia España, con sus numerosas leyes y excepciones locales, las reales cajas de ultramar funcionaron casi de la misma manera en todo el imperio. 1
En las reales cajas más importantes, como las de Lima y Cuzco, el contador llevaba los libros, asentaba en los libros de cuentas los impuestos recaudados y los desembolsos, certificaba todas las transacciones y tenía en su poder una de las tres llaves de la caja fuerte donde se guardaba los caudales recaudados en el distrito de la real caja. El tesorero tenía la responsabilidad de recibir físicamente las sumas de dinero provenientes de los impuestos y colocarlas en la caja de caudales de la real caja, desembolsar los fondos que se debía entregar a los individuos e instituciones a las que estaban asignados, salvaguardar los caudales y mantener en su poder una de las tres llaves de la caja de caudales. El factor desempeñaba el cargo de agente fiscal o administrador comercial de la real caja, llevaba a cabo las negociaciones con los factores de otras reales cajas de las Indias y protegía las armas, municiones y pertrechos almacenados en los depósitos reales del distrito de la real caja. Un cuarto oficial real, el veedor, supervisaba el pesado y la fundición del oro y la plata y todas las actividades relacionadas con la minería y la acuñación de monedas, si bien, ya en los siglos XVII y XVIII, el veedor cedió el lugar al ensayador y el fundidor, experto en la fundición de los lingotes de esos metales. Las reales cajas importantes también contaban con un gran número de oficiales menores bajo las órdenes de los oficiales reales para hacer los asientos, entregar pertrechos (los proveedores), desembolsar los fondos (los pagadores), hacer los duplicados de las cuentas, asistir al tesorero en la recaudación de los impuestos y vigilar los caudales depositados en las cajas fuertes de las reales cajas. Casi todos los distritos de las reales cajas tenían oficiales reales de menor rango para ayudar a los principales oficiales reales de la real caja, aunque, en las reales cajas menos importantes, un grupo numeroso de oficiales era innecesario y, a menudo, las funciones del contador, el tesorero y el factor eran desempeñadas por un solo oficial real. 2
La conducta de los oficiales de la Real Hacienda estaba rígidamente estipulada: no se podía depositar ni retirar caudales de la caja fuerte de una real caja sin la presencia de los tres oficiales reales que tenían a su cargo las llaves y que, por lo general, eran el tesorero, el contador y el factor. El contador debía llevar dos libros de cuentas, un libro manual, o libro diario de ingresos y egresos, y un libro mayor, donde asentaba los diferentes impuestos por categoría o ramo, como tributos, impuestos a la minería y alcabalas, o impuestos a la compraventa. Los libros de cuentas y la real caja estaban sometidos siempre a las auditorías e inspecciones, ya fuesen repentinas, de un pesquisidor, o regulares, de un oficial real de la auditoría virreinal, el Tribunal de Cuentas. Este último, establecido en 1605 en Lima por Felipe III para garantizar la honestidad de la administración fiscal, también hacía las auditorías de todas las cuentas de las reales cajas del Perú antes de remitirlas a España para la inspección final de la Contaduría Mayor del Consejo de Indias. Además, los contadores mayores del Tribunal de Cuentas hacían visitas anuales a los distritos de las reales cajas de su jurisdicción, hacían la auditoría de sus libros de cuentas cuando terminaba el año fiscal de la cuenta y tenían autoridad judicial para hacer cargos contra los que violaban el cúmulo de reglamentos para la administración de la Real Hacienda y para llevar las cuentas. 3 Las leyes reales estipulaban rigurosamente las actividades cotidianas de los oficiales de las reales cajas: cada lunes, los oficiales reales asistían al pesado y ensayado de los lingotes de oro y plata sometidos al impuesto real en todas las regiones mineras; los martes y los viernes por la mañana, ya fuese de las ocho a las diez o de las nueve a las once horas, los oficiales debían vender los tributos pagados a la real caja en especie —maíz, prendas de vestir, gallinas y otros productos— y transformarlos en dinero en efectivo; los miércoles y jueves, abrían la real caja para la recaudación de los impuestos; y, los sábados, en fin, hacían los desembolsos o libranzas y, si no había desembolsos por hacer, los oficiales reales abrían la caja de caudales de la real caja para su inspección semanal. Si el sábado era un día festivo, entonces la inspección de la real caja y las libranzas se hacían el miércoles. Por lo general, la real caja abría durante cinco horas al día, tres por la mañana y dos por la tarde. 4
En el Perú, al igual que en otras regiones de las Indias, las primeras reales cajas aparecieron en la época de la conquista. Tanto Lima como Cuzco fueron designadas como asiento de las primeras dos reales cajas en el decenio de 1540 y como centros de la administración fiscal en el Perú costero y el andino, respectivamente. Sin sorpresa alguna, las dos reales cajas de esas ciudades se mantuvieron como los distritos más importantes de la Real Hacienda a todo lo largo de la época colonial. El lugar donde fueron descubiertas en 1563 las minas de azogue de Huancavelica, al sudeste de Lima, fue la cabecera del tercer distrito de una real caja, establecida en el decenio de 1580 y, al mismo tiempo, el lugar donde se estableció el patio para el proceso de amalgamado de la plata; asimismo, se constituyó un monopolio real para la explotación de las minas.
El establecimiento de nuevas reales cajas siguió el derrotero tanto de la expansión española como de los descubrimientos de minas en el Perú. En el sudoeste, Arequipa tenía oficiales de la Real Hacienda que servían en la real caja del lugar hacia 1599, pero es muy probable que la caja haya sido establecida antes de esa fecha. 5 En el norte del Perú, las cuentas de Trujillo aparecen en 1601, seguidas, en 1606, por las de las ciudades gemelas de Piura y Paita, que garantizaron un dominio real más estricto del creciente comercio de cabotaje. Los descubrimientos de plata provocaron el establecimiento de nuevas reales cajas a principios del siglo XVII: la real caja de Castrovirreyna o Chuqlluqucha, a medio camino entre Pisco y Huancavelica, empezó a funcionar en 1600, mientras que la real caja de Chachapoyas, al nor-noreste de Cajamarca, apareció en 1627; tres años más tarde, en 1630, inició su funcionamiento la real caja de Cailloma. 6 La real caja de Cailloma, población situada entre Arequipa y Cuzco, fue la única de las tres reales cajas de centros mineros que perduraría: aparentemente, la real caja de Castrovirreyna funcionó sólo un poco más de cincuenta años (de 1600 a 1652) y quizá sólo esporádicamente, mientras que, en Chachapoyas, las minas se agotaron con mayor rapidez aun que las de Castrovirreyna y las cuentas de esa real caja sólo abarcan un poco más de doce años (de 1627 a 1639). Ahora bien, aunque dos nuevas reales cajas de centros mineros las reemplazaron, fue más tarde en ese siglo; se trató de la real caja de Vico y Pasco, establecida en 1670 en los Andes, al noreste de Lima, y la real caja de Carabaya, establecida en 1690 en una aislada zona productora de oro, al noreste del lago Titicaca.
A principios del siglo XVIII, quizás en un intento de los Borbón por someter el imperio a un control fiscal más riguroso, Felipe V envió oficiales de la Real Hacienda a varias regiones nuevas. En la costa, entre Trujillo y Paita, se designó como asiento de una real caja el puerto de Saña, en 1701, el distrito minero de San Juan de Matucana, al oriente de Lima, en 1721, y Jauja, exactamente al oriente de San Juan de Matucana, en 1730. Es probable que la real caja de Jauja haya reemplazado a la de San Juan de Matucana cuando el filón de plata de ésta se agotó y el descontento de los indios se puso de manifiesto en la región de Jauja y Tarma. Más adelante en el siglo, en 1764, Huamanga, en el sur-oriente de las montañas, se convirtió en real caja secundaria de Huancavelica y, finalmente, en 1785, en la principal real caja de la región. En consecuencia, para el decenio de 1770, el Perú tenía once reales cajas: Piura y Paita, Saña y Trujillo, en la costa septentrional; Lima, Jauja, Vico y Pasco, Huancavelica y Cuzco, en el centro del Perú; Arequipa y Cailloma, en el sur; y Carabaya, en el extremo suroriental.
La reforma administrativa se aceleró marcadamente en el Perú durante el periodo de 1770 a 1790 y afectó de manera muy aguda al sistema de la Real Hacienda: la real caja de Saña cerró en 1776 para pasar a formar parte de la de Trujillo; y la de Piura y Paita hizo lo mismo tres años después, en 1779, lo cual tuvo como resultado que la real caja de Trujillo fuese la principal de la región septentrional del virreinato. En el sur, el contador de Cailloma envió sus últimos libros de cuentas en 1779, cuando esa real caja fue incorporada a la real caja de Arequipa; y, debido a las revueltas de los indios en el sur-oriente del Perú, la real caja de Carabaya cerró temporalmente de 1779 a 1783, pero, una vez que las rebeliones terminaron, reinició operaciones y siguió funcionando hasta 1796.
El establecimiento del sistema de intendencias en 1784 significó una mayor reorganización de la estructura de la Real Hacienda. A fin de cuentas, la Corona estableció ocho intendencias en el Perú: Arequipa, Cuzco, Huamanga, Huancavelica, Lima, Puno, Tarma y Trujillo; pero las reales cajas no necesariamente se encontraban en la cabecera de cada intendencia. 8 La intendencia de Tarma, por ejemplo, tenía su real caja en Pasco, cerca del lugar de las operaciones mineras, mientras que Huamanga se convirtió en el asiento de la real caja de Huancavelica en 1785. Con la reorganización y consolidación que tuvieron lugar en el decenio de 1780, el Perú tenía siete reales cajas a finales de la época colonial. En un momento u otro desde la fundación de Lima, hubo 16 reales cajas, pero, en los comienzos del siglo XIX, sólo había siete: Arequipa, Cuzco, Huamanga, Lima, Puno, Trujillo y Vico y Pasco. A diferencia de la Nueva España, donde el número de reales cajas aumentó sistemáticamente y después se multiplicó exponencialmente a finales del siglo XVIII, el sistema de la Real Hacienda del Perú se contrajo, lo cual fue una manifestación, quizá, de la disminución de la producción de plata y de la separación del Alto Perú y de la región de Río de La Plata, que se convirtió en un nuevo virreinato en 1777.
A todo lo largo de la época colonial, la real caja de Lima fue con mucho la más importante y tuvo una relación muy estrecha con las otras reales cajas, no sólo con las del Perú sino también con las del Alto Perú. En realidad, en los siglos XVI y XVII y a principios del siglo XVIII, las reales cajas de Arica, Carangas, Chucuito, La Paz, Oruro y Potosí estaban todas incluidas en el nexo con la real caja de Lima y le generaban unos ingresos considerables. En su calidad de real caja matriz, la de Lima recibía todas las existencias de ingresos sobrantes de las otras reales cajas. En la Ciudad de los Reyes, los oficiales de la Real Hacienda y la burocracia virreinal usaban esos caudales para los propósitos imperiales, como la defensa, el apoyo a la obra misionera, la construcción de edificios públicos o iglesias, las limosnas y obras de beneficencia, los sueldos de los funcionarios virreinales y una gran número de otros fines. Asimismo, los oficiales reales de la real caja de Lima enviaban subsidios militares a Chile, Concepción, Valdivia y Panamá y los ingresos sobrantes de la real caja, a Castilla, a través de Panamá.
La real caja matriz de Lima se mantuvo como la más importante del virreinato a todo lo largo del periodo colonial; e incluso cuando los ingresos anuales de la real caja descendieron a menos de un millón de pesos en la primera mitad del siglo XVIII, mantuvo su posición predominante. Por otra parte, la clasificación de las otras reales cajas con base en sus ingresos de rentas reales varió un poco con el tiempo, pero no de manera significativa; por ejemplo: a finales del siglo XVI, la real caja de Lima era la primera en importancia, la de Cuzco, la segunda, la de Huancavelica, la tercera, la de Arequipa, la cuarta y la de Trujillo, la quinta; a finales del siglo XVII, las de Lima y Cuzco volvieron a ocupar los lugares primero y segundo y las reales cajas de las regiones mineras de Cailloma y Vico y Pasco, el tercero y cuarto, respectivamente, seguidas por las de Trujillo, Huancavelica, Arequipa, Piura y Paita, Saña y Carabaya en los lugares siguientes; hacia 1750, las reales cajas de Lima y Cuzco seguían siendo las más importantes, seguidas, en orden descendente, por las de Trujillo, Huancavelica, Vico y Pasco, Arequipa, Piura y Paita y Cailloma, aunque, en realidad, todas éstas se agrupaban muy estrechamente por las sumas de impuestos reales recaudados, y las menos importantes en orden descendente eran las de Jauja, Carabaya y Saña; y, a comienzos del siglo XIX, en fin, las reales cajas de la Ciudad de los Reyes y Cuzco seguían siendo las predominantes, la de Vico y Pasco era la tercera, la de Trujillo, la cuarta, la de Arequipa, la quinta, la de Puno, la sexta, y la de Huamanga, la séptima.
Las reales cuentas como fuente histórica
Las cuentas reales son una fuente de capital importancia para entender la economía y la sociedad del virreinato del Perú y también lo fueron durante la época colonial para determinar las políticas imperiales españolas. Los contadores que servían en las reales cajas del Perú colonial elaboraban las cartas cuentas o sumarios presentados en este volumen de la manera que se describe a continuación. Como ya antes se señaló, el contador llevaba por lo general dos libros de cuentas, el libro manual y el libro mayor. El primero era el libro donde se asentaba diariamente la recaudación de impuestos y los desembolsos, es decir, un registro diario de la real caja. En el libro mayor, el contador llevaba la contabilidad por categorías o ramos; por ejemplo: asentaba todos los tributos recaudados en el ramo de tributos del ramo mayor del libro mayor; los impuestos a la compraventa, en el ramo de alcabalas; los impuestos a las importaciones y exportaciones, en el ramo de almojarifazgos, etcétera; y, asimismo, asentaba los desembolsos o gastos de la misma manera. Posteriormente, al final del periodo de una cuenta —en el siglo XVII, la Armada del Sur zarpaba normalmente de El Callao a Panamá—, el contador cerraba sus libros y transcribía las sumas de cada ramo en un sumario, llamado también tanteo o relación jurada, que por lo general se encontraba al final del libro mayor. El sumario era una lista de todos los ingresos y egresos por ramo, con el total de cada ramo. Los sumarios existentes de las cuentas de las dieciséis reales cajas del Perú han sido reproducidos en estos volúmenes.
Los asientos de los cargos en el lado de los ingresos de las cuentas revelan mucho sobre las actividades que tenían lugar en el distrito de las reales cajas; por ejemplo: los ítems de los ingresos listan los impuestos a la producción de oro y plata (1.5% y quinto del oro, 1.5% y quinto de plata, 1.5% y diezmos de plata, etcétera), los derechos de señoreaje (sobre la acuñación) y los impuestos sobre el ensayo. La recaudación de los impuestos a la compraventa (alcabalas de todo tipo) reflejan las actividades mercantiles que tenían lugar en el distrito de la real caja. Los almojarifazgos de Lima (El Callao), Piura y Paita, Saña y Trujillo proporcionan un indicador del tráfico y el comercio en esos puertos del litoral. Los súbditos con cargos eclesiásticos pagaban a la Corona impuestos sobre los sueldos y subsidios, entre ellos: la media anata eclesiástica, la mesada eclesiástica y el subsidio eclesiástico. La Iglesia tenía otras cargas impositivas, tanto por las contribuciones que debía hacer de sus ingresos de los beneficios eclesiásticos (vacantes mayores y vacantes menores) como por los ingresos de la venta de lo bienes de un obispado cuando un obispo fallecía en su cargo (los espolios) y los dos novenos de la mitad del diezmo reservados como rentas de la Corona. Hacia el final del siglo XVIII, los obispados contribuían a la Corona con estimados fijos para el sustento de la Real Orden de Carlos III, también llamados pensión carolina. Los pagos por la venta, renuncia o renta de los cargos oficiales (oficios vendibles y renunciables) de los oficiales de la Real Hacienda, los regidores de los cabildos, los escribanos públicos y otros burócratas menores eran otra fuente de ingresos, al igual que el tributo de medio año de sueldos (la media anata) que debían pagar todos los oficiales reales por el primer año en su cargo. 9
Los ingresos de los numerosos monopolios reales proveían al sustento de las reales cajas del Perú, entre ellos, los de artículos como el alumbre, la nieve, los naipes, el cobre, el juego de gallos, el papel sellado, la sal o las salinas, la lotería, los cordobanes, el tabaco y el importantísimo azogue usado en el amalgamamiento de la plata. Las ventas de indulgencias (las bulas de la Santa Cruzada y las bulas cuadragesimales) ayudaban también a llenar las arcas reales, al igual que lo que se pagaba por la composición de tierras (legalización y venta de los títulos sobre las tierras), la composición de extranjeros (los impuestos a los residentes extranjeros) y las licencias para pulperías (las tiendas). Los indios estaban exentos de la mayoría de los impuestos, pero debían pagar tributos directos y estimados, como el tomín de hospital para el sustento de los hospitales de indios de Lima y Cuzco. A finales del siglo XVIII, también eran comunes los estimados de impuestos sobre los sueldos de los oficiales militares o civiles destinados a las pensiones de las viudas, los huérfanos y los jubilados (el montepío de ministros, el montepío de oficinas, el montepío de inválidos, el montepío militar, etcétera).
Los asientos que se hacía en el lado de los ingresos del libro de cuentas no siempre eran por ingresos reales, sino que, en ocasiones, incluían entradas temporales de dinero a la real caja, dinero que estaba disponible para los oficiales de la Real Hacienda durante el periodo de las cuentas. En ocasiones, se trataba de sumas sobrantes de años anteriores, como las existencias o los alcances de cuentas; en otras ocasiones, se trataba de depósitos de sumas entregadas en garantía; en otras ocasiones más, se trataba de préstamos: préstamos patrióticos, empréstitos, suplementos de Real Hacienda e imposiciones de capitales. Algunas veces, los contadores asentaban como ingresos las deudas sin cobrar: debido de cobrar, debido de cobrar de años anteriores, debido de cobrar de esta cuenta, etcétera. En otras ocasiones, las sumas asentadas como ingresos sólo ingresaban en realidad a la real caja temporalmente para ser cambiadas por monedas y, en esos casos, se solía asentar sumas iguales como egresos en el lado de la data del libro de cuentas; en el caso de la real caja de Lima, los asientos sobre los trueques de barras, o cambios de lingotes de plata, eran los más comunes.
En muchas de las cuentas peruanas, el ramo llamado extraordinario era de una gran magnitud e importancia. Técnicamente, el ramo extraordinario era para ingresos que recibía la real caja, pero para los que no existía un ramo específico; por ejemplo: en 1750, los ingresos extraordinarios de la real caja de Lima sumaron 364,045 pesos o aproximadamente el veinte por ciento de los ingresos de ese año. Entre otras cosas, el ramo extraordinario incluía los ingresos por las ventas de azogue y las de madera sobrante de los astilleros de Guayaquil, las ventas de estaño, las devoluciones de sueldo no pagados, el embargo y venta de mercaderías confiscadas a los contrabandistas ingleses, los honorarios por una licencia para un capitán español que deseaba navegar de El Callao a Buenos Aires y las remesas de ingresos extraordinarios de Cuzco, La Paz y Oruro; sin embargo, a medida que el siglo XVIII llegaba a su fin y aparecían nuevos ramos, las sumas asentadas en el ramo extraordinario fueron cada vez más pequeñas y, en Lima, el ramo desapareció por completo en 1786. Con todo, el ramo extraordinario fue de capital importancia en los siglos XVII y XVIII como categoría cajón de sastre para los impuestos especiales recaudados en el Perú.
En el lado de la data o de los egresos, los asientos son tan reveladores como los del lado de los ingresos. Los gastos incluían los sueldos de todos los oficiales reales que servían en el distrito de la real caja, como el virrey, los oidores y alcaldes del crimen de las reales audiencias, los regidores, los oficiales reales, porteros y guardias de la real caja y una multitud de otros oficiales reales que servían en el Perú. Los sumarios de las cartas cuentas también incluían algunos gastos de esos mismos oficiales, como plumas, papel y tinta (gastos del escritorio o gastos de la Real Hacienda), así como el alquiler o la reparación de los edificios que usaban (alquiler de casas reales o reparos de casas reales). Los sueldos y gastos para propósitos militares y navales entraban en ramos como guerra, sueldos militares, milicias, tropa arreglada, sala de armas, gastos de navíos o marina y otros remos similares. Otros desembolsos vitales para la defensa de la real caja de Lima eran el situado (subsidio) para Chile, Chiloé, Concepción, Panamá y Valdivia, mientras que otro importante desembolso más de la real caja de Lima era para el mantenimiento y las mejoras de la mina de azogue de Huancavelica (gastos de Huancavelica).
El sostenimiento del clero y de sus obras de beneficencia y educación se hacía con fondos de la real caja, pero las sumas eran menores que las de la defensa; entre ellas: los fondos asignados al clero para las obras parroquiales o para los sínodos, los sínodos de doctrinas, los sínodos de misiones, las limosnas de vino y aceite, las mercedes y situaciones, etcétera. Las asignaciones a los hospitales aparecen en los sumarios como tomín del hospital y contribución del hospital para los hospitales de indios de Lima y Cuzco y para otros hospitales, como el real hospital o el hospital militar. Los gastos para las empresas educativas aparecen bajo ramos como: colegio seminario, Universidad de San Marcos, situaciones de la universidad, etcétera. En ocasiones, los oficiales reales que servían en el Perú y cuyas familias vivían en España recibían sus sueldos de la real caja de Lima como asignaciones para España, mientras que las viudas, huérfanos, jubilados e inválidos recibían un apoyo de los montepíos, como el de inválidos, y de otros fondos de pensiones. En algunos casos, en especial en los siglos XVI y XVII, los ingresos reales, incluso los de las reales cajas del interior, se destinaban a sostener obras pías en España, como las de San Lorenzo del Escorial, San Isidro de Madrid o el edificio del Palacio de Oriente, cuya construcción ordenó Felipe V. Los remitidos a otras reales cajas también se asentaban en el lado de los gastos del libro de cuentas y, en el caso de las reales cajas fuera de Lima, en especial las de las regiones mineras, las sumas podían ser muy altas: en realidad, más del 90 por ciento de los ingresos de algunas reales cajas eran sobrantes, debido a que los gastos administrativos y militares eran muy bajos. En el caso de las cuentas de las reales cajas del interior, esos asientos aparecen como remitido a Lima, a otras tesorerías o a otras reales cajas. Finalmente, las cuentas de la real caja de Lima también documentan remesas del Perú a España (como remitido a Castilla).
En la mayoría de los casos, los desembolsos de un ramo específico indicaban normalmente los costos de la recaudación en ese ramo; por ejemplo: en casi todos los casos, el asiento gastos de alcabala indicaba los costos de la recaudación de esos impuestos; pero, desgraciadamente, no siempre era así. En ocasiones, los asientos en el lado de la data eran los de los sueldos y gastos mayores pagados de ese ramo y, en lugar de estar asentados como sueldos o gastos, simplemente lo estaban como egresos del ramo del que se tomaba los fondos; por ejemplo: en 1783, en Cuzco, la cuenta tiene asientos por 55,402 pesos desembolsados del ramo de alcabalas, cantidad que no correspondía a los costos de la recaudación, que fue insignificante, sino que la suma se gastó en el pago de sueldos administrativos, sueldos y gastos militares y para una multitud de otros propósitos; sin embargo, en el lado del gasto de la cuenta, lo único asentado en el ramo de alcabalas fue el desembolso de esos 55,402 pesos. Ahora bien, Después de 1787 o 1788, la mayoría de los contadores empezó a asentar los verdaderos propósitos en los que fueron gastadas las rentas reales. Asimismo, por fortuna, en las cuentas de Lima asentaron normalmente los verdaderos propósitos de los desembolsos a todo lo largo de la historia de la real caja.
Otro problema surge de las manías de los contadores y sus procedimientos, que difieren de un contador a otro y de una real caja a otra; por ejemplo: algunos contadores sólo asentaban los ingresos netos en el lado de los cargos, es decir, sólo la suma sobrante después de que habían sido hechos todos los desembolsos para los gastos y el pago de los sueldos. Tal situación se presentó, por ejemplo, a principios del siglo XVIII, en el caso del informe de la real caja de Arequipa sobre los ingresos provenientes de los tributos, que sólo fueron asentados como ingresos netos provenientes de dichos tributos después de haberles restado los pagos para los sínodos y otros desembolsos. En ocasiones, asimismo, los contadores ignoraban las transferencias de algunos ramos, como las existencias, y asentaban el dinero que había sido recaudado en años anteriores como ingresos corrientes. En otras ocasiones, los contadores también cambiaban sus métodos para nombrar ciertos asientos; en Lima, por ejemplo, el asiento de las alcabalas, los impuestos a la compraventa, desapareció después de 1786 y fue incluido en el ramo de otras tesorerías, debido a que esos impuestos provenían de las agencias aduanales recién establecidas. Otro problema más es el asiento de todos los ingresos o egresos en forma agregada como Real Hacienda, lo cual hace imposible determinar las fuentes específicas de los ingresos o las asignaciones del dinero proveniente de los impuestos en el lado de la data.
La contabilidad de doble asiento empezó en el Perú en 1787 y generó caos y confusión entre los reales tenedores de libros hasta que el sistema se uniformó en casi todo el virreinato. Una de las innovaciones incorporadas en el sistema de contabilidad con la llegada del método de doble asiento fue la adición de un nuevo ramo, el de real hacienda en común: para los contadores de la real caja de Lima, ese ramo era una categoría que representaba las sumas disponibles para su desembolso después de que se había pagado los gastos de cada ramo. Dicho en otras palabras, los ingresos provenientes de los tributos sumaron 15,000 pesos, mientras que los egresos de ese ramo fueron de 10,000 pesos, por lo que la diferencia de 5,000 pesos se asentó en el ramo de real hacienda en común; y todas esas cantidades se sumaban después y aparecían en el sumario como real hacienda en común. En la real caja de Lima, en el lado de la data, el ramo de la real hacienda en común consistía en el total de los desembolsos para los que no había ramos en el lado de los cargos o de los desembolsos hechos de un ramo que eran superiores a las sumas recaudadas para ese ramo durante el año fiscal de la cuenta; por ejemplo: los sueldos de Real Hacienda no tenían asiento en el lado de los ingresos del libro de cuentas y fueron asentados dos veces en el lado de la data, una vez como sueldos de Real Hacienda y una vez más en el ramo de real hacienda en común. En otras reales cajas, no obstante, el ramo de real hacienda en común servía para propósitos diferentes: ya fuese como cajón de sastre del ramo extraordinario en el siglo XVII y principios del siglo XVIII o como una categoría de transferencia, como el ramo de las existencias.
El establecimiento de la contabilidad de doble asiento se relacionó estrechamente con la división de los ramos en tres categorías: ramos de real hacienda, ramos particulares y ramos ajenos, distinciones que perduraron durante una gran parte del siglo XVIII, pero que los reales contadores coloniales diferenciaron más claramente hacia finales de ese siglo. Los ramos de real hacienda eran las principales fuentes de ingresos en el Perú para uso imperial y eran los ramos de impuestos a la minería, tributos, alcabalas, algunos monopolios reales, los almojarifazgos, algunas multas y otras exacciones reales. Con los ingresos de esos impuestos se sostenía a los oficiales reales en el Perú, se pagaba los gastos del gobierno imperial y se mantenía el establecimiento militar y naval en el virreinato. Los ramos particulares, denominados también ramos de segunda clase, consistían en los impuestos asignados por la Corona a propósitos específicos y los oficiales de la Real Hacienda no podían usarlos como fondos para el funcionamiento general de las reales cajas. En Lima y el resto del virreinato, los ramos particulares incluían impuestos como la media anata eclesiástica, la mesada eclesiástica, las vacantes mayores, las vacantes menores, la venta de azogue de las minas de Almadén, los ingresos de la venta de naipes y tabaco y los descuentos de los sueldos de los soldados usados para mantener a los soldados retirados o incapacitados, es decir, el montepío de inválidos. La tercera categoría, los ramos ajenos, era para los ingresos asignados a propósitos específicos, ya fuese en España o en el propio Perú; entre ellos, la Real Orden de Carlos III impuesta a todos los obispados del Perú, la venta de la riqueza líquida de los prelados retirados o fallecidos, el pago del tomín para los hospitales de indios del Perú, los fondos de pensiones y el señoreaje (el real en marco de minería), destinado exclusivamente al fomento y desarrollo de la minería. En teoría, y por ley, los oficiales reales no podían usar los ingresos de los ramos particulares y los ramos ajenos para propósitos generales dentro de los distritos de las reales cajas del virreinato: estaban asignados específicamente a la Corona o a ciertas instituciones o individuos; en la realidad, no obstante, a menudo eran transferidos a los ramos de real hacienda, en especial a principios del siglo XIX, cuando hubo considerables movimientos de fondos de un ramo a otro de una real caja para cubrir los crecientes gastos imperiales de una real caja a otra de la Real Hacienda para cubrir los crecientes gastos imperiales.
Un examen rápido de las cuentas incluidas en este volumen revela que las cartas cuentas de algunos de los distritos de las reales cajas son asombrosamente completas, mientras que otros son muy irregulares, lo cual no tiene una explicación fácil. Normalmente, los reales contadores llevaban tres juegos de libros de cuentas: uno para la propia real caja, uno para el Tribunal de Cuentas de Lima y el tercero para la Contaduría Mayor del Consejo de Indias, en España; consecuentemente, debería haber tres copias idénticas: una en el asiento de la real caja, una en Lima y una en Sevilla, en el Archivo General de Indias. En el caso de algunas reales cajas, como la de Lima, la serie es asombrosamente completa: empieza en 1580, cuando se empezó a dar una estructura formal a los libros de cuentas, 11 y termina en 1820, el último año del dominio español en el Perú; y fueron encontradas las cuentas de todos los años, salvo las de ocho años y medio, cuatro de ellos del siglo XIX. En el caso de las otras reales cajas, desgraciadamente, hay lagunas más extensas, en especial en las cuentas correspondientes al siglo XVII. Algo que resulta extraño es que existe un gran número de cuentas de finales del siglo XVI de las reales cajas establecidas en los primeros años de la época colonial, pero hay grandes lagunas en lo que respecta a los primeros setenta y cinco años del siglo XVII; por ejemplo: las series de la real caja de Cuzco empiezan en 1571 y, aunque hay algunas lagunas, éstas no son significativas hasta 1609, cuando las cuentas desaparecen casi por completo hasta 1676; y lo mismo ocurre en el caso de las reales cajas de Arequipa, Cailloma, Huancavelica, Puira y Paita y Trujillo. Algo alentador es que, en lo relativo al siglo XVIII, las cuentas de todas las reales cajas son prácticamente completas. Sin duda alguna, algunas de las cartas jamás aparecerán, pues se habrán perdido en el fondo del Océano Pacífico, el Mar Caribe o el Océano Atlántico o fueron usadas para disparar un cañoncito en una fiesta local; 12 no obstante, otras seguramente aparecerán a medida que se catalogue más y más materiales de la sección de Real Hacienda del Archivo Histórico Nacional de Lima. Quizás entonces se pueda llenar las enormes lagunas del siglo XVII y las no tan grandes lagunas de la época de la Independencia.
Las monedas de cuenta
En los siglos XVI, XVII y principios del XVIII, los contadores establecidos en el Perú llevaban sus libros de cuentas en una variedad de monedas. A diferencia de la Nueva España, donde el peso de ocho reales fue la unidad común de la contabilidad a todo lo largo de la época colonial, los contadores del Perú incluían en sus asientos el peso ensayado, el peso de a ocho, el peso del oro, el peso ensayado de 12-1/2 reales, el peso de nueve reales, el peso de diez reales, el ducado, el peso corriente y otras unidades monetarias; sin embargo, la mayoría llevaba sus cuentas en pesos de ocho reales, pesos ensayados de 450 maravedíes y el peso del oro de diferentes quilates o contenido de oro, los tres tipos de moneda básicos usados en las cuentas incluidas en este volumen. Ahora bien, a mediados del siglo XVIII, el peso ensayado había caído en desuso y, en 1764, los pesos del oro desaparecieron de las cuentas peruanas, dejando el peso de a ocho como la unidad de cuenta patrón en todo el Perú y en todo el imperio.
En España y las Indias, la unidad común de cuenta era el maravedí. El dinero que se enviaba de las Indias a España se contabilizaba siempre en maravedíes para permitir que los peninsulares convirtieran el valor de las monedas o los lingotes de oro y plata coloniales en las unidades monetarias usadas en España. En las Indias, a todo lo largo de la época colonial, el peso de a ocho equivalía a 272 maravedíes y el peso ensayado, a 450 maravedíes. Ocho reales equivalían a un peso de a ocho, por lo que un real equivalía a 34 maravedíes. El peso ensayado valía 1.6544 pesos de a ocho. El peso corriente, unidad de cuenta común en el siglo XVI, equivalió a 400 maravedíes hasta 1574, pero su valor disminuyó a 288 maravedíes a finales de ese siglo. El peso del oro, equivalente por lo general, aunque no siempre, a 22-1/2 quilates, aumentó de valor: de 1580 hasta 1612, el peso del oro equivalió a 2.0441 pesos de a ocho o 556 maravedíes; de 1613 a 1642, a 2.1177 pesos de a ocho o 576 maravedíes; de 1643 a 1648, a 2.5 pesos de a ocho o 680 maravedíes; de 1689 a 1724, a 3.125 pesos de a ocho u 850 maravedíes; y, de 1774 a 1800, a aproximadamente 3.085 pesos de a ocho o aproximadamente 840 maravedíes. Con todo, el valor de un peso de oro variaba enormemente de una región a otra. 13
En su mayoría, los diferentes tipos de monedas usados han sido convertidos a una de las tres monedas usadas en las cuentas, pero con algunas excepciones. Todos los pesos de oro, sin importar su contenido del metal, fueron agrupados como pesos de oro; asimismo, en el siglo XVII, en algunas de las cuentas peruanas se usó ocasionalmente el peso ensayado de 12-1/2 reales; en esos casos, las cuentas no fueron convertidas, sino que aparecen en pesos ensayados de 450 maravedíes en las cartas cuentas, lo cual se hizo necesario debido a que en las cuentas no siempre era claro si el peso ensayado era la unidad patrón de 450 maravedíes o la de 12-1/2 reales.
En lo concerniente a la pureza, la Corona intervino poco en el sistema monetario colonial durante los siglos XVI y XVII; de hecho, el peso de a ocho y peso ensayado nunca fueron devaluados en las Indias, sólo envilecidos, pero el envilecimiento sólo tuvo lugar ya en el siglo XVIII. En realidad, a lo largo de más de doscientos años (de 1525 a 1728), el peso de a ocho contuvo 25.561 gramos de plata pura. Las estafas o errores en el peso o el ensayo y otras razones provocaban una amplia variedad de la pureza de las monedas procedentes de ciertas casas de moneda coloniales, 14 pero, por ley, la cantidad de plata pura de un peso de a ocho o un peso ensayado había sido establecida con precisión; sin embargo, en 1728, Felipe V ordenó el primer envilecimiento de las monedas coloniales y exigió que se redujera la pureza de la plata del peso de a ocho de 25.562 a 24.908 gramos; de 1772 a 1786, el peso de a ocho fue nuevamente envilecido a 24.433 gramos; y, a partir de 1786 hasta 1825, el final de la época colonial, fue envilecido a 24.245 gramos, lo cual significa que, a lo largo del siglo XVIII, el contenido de plata del peso de a ocho disminuyó aproximadamente 1.3 gramos o aproximadamente el cuatro por ciento.
Los métodos seguidos para compilar las cuentas
Las cartas cuentas incluidas en este volumen fueron compiladas por un grupo de investigadores que trabajaron con los documentos encontrados en el Archivo General de Indias, en Sevilla, y el Archivo Histórico Nacional del Perú y la Sala de Manuscritos de la Biblioteca Nacional, en Lima. El equipo examinó primero todos los legajos de documentos de los que se pensaba que podrían contener una carta cuenta de ingresos y egresos. Los legajos que contenían sumarios fueron microfilmados o, en algunos casos, copiados a mano, cuando eran ilegibles o no se podía microfilmarlos. En ocasiones, asimismo, cuando no se encontró los sumarios, el equipo hizo copias manuscritas de cada uno de los ramos. En el caso de las cuentas de Lima posteriores a 1786 y el de todas las demás sin el sistema de doble asiento, el equipo hizo copias manuscritas para ajustarlas al sistema de contabilidad anterior, con el que se seguía el método normal de cargo y data.
El material se codificó de la siguiente manera: a cada impuesto de cada sumario se le asignó un número de código y una letra correspondiente a las categorías de cargo y data; por ejemplo: a los cargos provenientes de las alcabalas reales se les asignó el código 19C y, a la data del mismo ramo, el código 13D; en el caso de los tributos reales, el código 8845C indicaba el cargo y el 8844D, la data. Al final, el libro de códigos sumó unos 8,000 asientos diferentes de cargos y data. La hoja de códigos también indicaba el lugar donde se encontró el documento y el número del legajo; las fechas del sumario de las cuentas (meses y años); un número de código del impuesto del asiento seguido por las letras C o D, de cargo o data; la suma del asiento en pesos de a ocho, pesos ensayados y pesos del oro, dependiendo de la unidad de cuenta usada por el contador original; y un código de impuestos agrupados con el que se asignó más de 8,000 asientos de impuestos a una de 44 categorías de impuestos o gastos. Después se hizo la perforación de las tarjetas de computadora a partir de esas hojas y se reprodujo los sumarios en listados impresos a partir de la computadora en una forma legible para la propia computadora, listados que también incluían un total computado para ayudarnos en el proceso de cotejo. Cada listado se comparó después detalladamente con la reproducción de la copia de la cuenta original para determinar la exactitud del lugar donde se encontró el documento, las fechas de los asientos, el nombre de los asientos y las sumas recaudadas o gastadas según cada asiento del documento. Posteriormente, se repitió varias veces el proceso de limpieza, revisión y corrección, hasta que el listado de la computadora se correspondió exactamente con la cuenta original.
Los sumarios de las cuentas incluidos en este volumen son réplicas exactas de las cuentas originales, con unos cuantos cambios menores. En primer lugar, las cuentas estaban asentadas en pesos, tomines (reales) y granos: ocho tomines equivalían a un peso y doce granos equivalían a un tomín; pero las cuentas impresas fueron redondeadas al peso más cercano; por ejemplo: si un asiento aparecía en la cuenta original como 16 pesos, 5 tomines, 6 granos, en el sumario de computadora aparecía como 17 pesos; si un asiento era de 26 pesos, 3 tomines, 8 granos, aparecía en el listado de computadora como 26 pesos. Se redondeó los asientos de cuatro o más tomines al peso siguiente, lo que explica en parte las pequeñas discrepancias entre los totales originales de los contadores y los totales de la computadora. En segundo lugar, para ayudar al investigador, se ordenó alfabéticamente los asientos, si bien los originales no lo estaban. En tercer lugar, siempre que fue posible, se uniformó los asientos; y, aunque no siempre fue posible hacerlo, se hizo siempre que pareció lo más obvio; por ejemplo: las nuevas indulgencias, que proporcionaban ingresos a la Corona a finales del siglo XVIII, fueron llamadas bulas cuadragesimales y, en ocasiones, bulas de carne, debido a que otorgaban exenciones de las restricciones sobre el consumo de carne durante la Cuaresma; las bulas de carne están listadas siempre en este volumen como bulas cuadragesimales; asimismo, los tributos de las encomiendas vacantes fueron asentados casi siempre como tributos vacos. En cuarto lugar, se hizo necesario introducir un cambio más debido a las restricciones de programación, que limitaron el número de caracteres de los asientos, por lo que se tuvo la necesidad de hacer abreviaturas, cuya lista aparece después de esta introducción. En quinto lugar, fue necesario introducir una diferencia más, en unos cuantos casos, para agrupar ciertos asientos: en ocasiones, las cartas cuentas listaban los sueldos de cada uno de los oficiales y soldados que servían en el distrito de una real caja y, en esos casos, dichos sueldos fueron agrupados en la categoría más general. En sexto lugar, en fin, una innovación final consistió en añadir un total computado de cada cuenta, es decir, un total de cada lado, cargos y data, de los libros de cuentas. Ahora bien, en los casos en que los totales de computadora y los totales de los contadores no concordaban o no se pudo cuadrarlos, las diferencias se mantuvieron. En los casos en que no había totales de los contadores, el sumario de la cuenta está completo por alguna razón; básicamente, no obstante, los sumarios se encuentran en su forma más pura, tal como originalmente los elaboraron el contador y sus ayudantes en el distrito de la real caja.
Además de los asientos y las cantidades de los ingresos o desembolsos, los sumarios impresos proporcionan otra información. En la esquina superior izquierda de cada cuenta hay unos números o letras precedidos por una S o una L. La S indica que la cuenta se encuentra en Sevilla, en el Archivo General de Indias, y, en el caso de la L, que la cuenta se encuentra en el Archivo Histórico Nacional del Perú o en la, en Lima. Así, las letras L BN indican que el manuscrito se encuentra en Lima, en la Biblioteca Nacional. El número que sigue a la letra corresponde al del legajo. En el caso de los documentos que se encuentran en Sevilla, los sumarios hasta 1760, aproximadamente, provienen de la sección Contaduría del Archivo General de Indias y los de después de 1760 se pueden encontrar en las secciones Audiencia de Lima o Audiencia de Cuzco de dicho archivo. En la sección Contaduría, las cuentas del Perú se encuentran en los legajos 1679 a 1873; en el caso de la sección Audiencia de Lima, las cuentas se encuentran en los legajos 38 a 50. Muchas de las cuentas del Archivo Histórico Nacional del Perú provienen de material no catalogado; en tal caso, se encuentran designadas como L HR; otras provienen de la sección Real Hacienda del archivo mencionado y fueron catalogadas y numeradas; otras más provienen de la sección Colonial del Archivo Histórico del Ministerio de Hacienda y Comercio, ubicado anteriormente en el sótano del Palacio de Justicia, en Lima, pero ahora incorporado al Archivo Histórico del Archivo Nacional. En el caso de esos últimos documentos, Federico Schwab, antiguo director del archivo, compiló un catálogo excelente, el Catálogo de la Sección Colonial del Archivo Histórico (Imprenta Torres Aguirre, Lima, 1944).
En los sumarios también fueron incluidas las fechas globales de las cuentas, redondeadas al mes más cercano. Aunque se llevaron por año calendario a partir de 1700, en Lima y, en el decenio de 1770, en otras partes del Perú, durante los siglos XVI y XVII, se referían, ya fuese a periodos irregulares, que iban de uno o dos meses a tres o más años, preparadas por lo general para la partida de la Armada del Sur de El Callao o Panamá, ya fuese del 1 de mayo de un año al 30 de abril del año siguiente. Si una cuenta incluía quince o más días de un mes, se tomaba como la cuenta de todo el mes correspondiente; si una cuenta incluía menos de quince días, no se tomaba como parte del periodo de la cuenta; así, una cuenta que abarcaba del 19 de mayo de 1685 al 1 de mayo de 1687 se lista como 6/1685-4/1687, mientras que una cuenta que abarcaba del 11 de mayo de 1589 al 21 de mayo de 1591 se lista como 5/1589-5/1591.
En conclusión, este volumen forma parte de un proyecto de libro de cuentas para compilar y publicar las cartas cuentas de cinco regiones del Imperio Español en América: la Nueva España, el Perú, el Alto Perú (hoy Bolivia), Chile y Río de La Plata (Argentina, Uruguay y Paraguay). En el caso de la Nueva España, la Secretaría de Hacienda de México publicó en la ciudad de México tres volúmenes de sumarios de cuentas de 23 reales cajas. Por lo demás, esas cuentas están disponibles en diversos bancos de datos de Estados Unidos para todos aquellos que deseen usar los datos en lenguaje de computadora; los bancos de datos se encuentran en la Universidad de Duke (Duke University), en la Universidad Columbia de Wisconsin (Columbia University of Wisconsin), en Madison, en la Universidad de Florida (University of Florida) y en el Consorcio Inter–Universitario para Investigación Política y Social (Inter-University Consortium for Political and Social Research), en la Universidad de Michigan. Consideramos que los datos de esas cuentas son de capital importancia, fundamentales para la comprensión del desarrollo del Imperio Español en América en el tiempo y el espacio y de las economías regionales dentro de esa vasta estructura; asimismo, seguramente esos datos aumentarán considerablemente nuestra comprensión de la economía mundial y el sistema económico mundial de los siglos XVI, XVII y XVIII.
Reconocimientos
Un proyecto que requiera la compilación y cotejo de más de 250,000 piezas de datos numéricos exige una considerable cantidad de apoyo económico y personal. Este proyecto no ha sido la excepción, pero tuvimos un fuerte e inusual apoyo de varias instituciones e individuos. El primero y más importante fue el apoyo económico de la Tinker Foundation y de la National Endowment for the Humanities; sin su ayuda, la compilación de los sumarios de cuentas no habría sido posible. Otro apoyo provino del Committee on International Studies de la Duke University y del Research Council de dicha universidad, cuyas subvenciones hicieron posible determinar la factibilidad del proyecto y llevar a cabo una parte las primeras investigaciones. Para determinar el proyecto, la American Philosophical Society nos proporcionó la ayuda del profesor TePaske para la investigación en Sevilla y para definir las manías de los métodos de contabilidad, el significado de ciertos asientos, las tasas impositivas y otras cuestiones que el trabajo de compilación había dejado sin dilucidar. Tanto la Duke University como la Columbia University nos proporcionaron un amplio apoyo económico para el trabajo de perforación de las tarjetas de computadora y el tiempo de computadora fundamental para el proyecto.
Un gran número de personas contribuyeron al trabajo en el proyecto. En España, Rosario Parra, directora del Archivo General de Indias, y todo su personal cooperaron en todos sentidos, tanto en el trabajo de compilación como en proveernos de los microfilmes de las cartas cuentas. También en España, el Dr. José Jesús Hernández Palomo, Mariluz, su esposa, y el Dr. G. Douglas Inglis actuaron como consultores de enlace en Sevilla cuando surgieron los problemas en el transcurso de la compilación y el cotejo. En el Perú, el Dr. Guillermo Durán Flores, del Archivo Nacional del Perú, Graciela Sánchez Cerro, directora de la Sala de Manuscritos de la Biblioteca Nacional, y el personal de ambos nos prestaron una gran ayuda en la adquisición de las cuentas que no pudimos encontrar en Sevilla. En Estados Unidos, una multitud de colegas, estudiantes, familiares y amigos trabajó en varios aspectos del proyecto. El Dr. Miles Wortman dirigió el equipo de investigadores que hizo el trabajo inicial de compilación en Sevilla de 1975 a 1976, equipo compuesto por Kenneth Andrien, la Dra. Josefina Tiryakian y Kendall W. Brown. Posteriormente, Brown se hizo cargo de la importante responsabilidad de codificar y preparar muchos de los sumarios de este volumen. Kathy Ames, Pamela Landreth, Ellen Thompson, Nancy Smith, Marcella Litle, Neomi TePaske, Marianna TePaske, Susan TePaske-King y Michael Jones ayudaron en las tareas de codificación, perforación de las tarjetas y el interminable cotejo de los sumarios impresos con las cuentas originales. Marion Salinger, del Center for International Studies, de la Duke University, ayudó de innumerables maneras a todo lo largo de la vida del proyecto y Dorothy Sapp, mi siempre abnegada esposa y amiga, nos prestó ayuda en una gran variedad de tareas y fue invaluable en la preparación de este volumen para su publicación. En el Computation Center de la Duke University, Heath Tuttle, Gary Grady, Mildred Phillips, Andy Beamer, Amy McElhaney, Ellen Lenox y Neal Paris dedicaron generosamente su tiempo, consejos y experiencia a lo largo de un prolongado periodo para garantizar el éxito de los aspectos técnicos del proyecto. En la Duke University Press, Anne Poole, John Menapace y Ed Hayes nos prestaron una ayuda inconmensurable. Un subsidio del University Research Council de la Duke University hizo posible la publicación tanto de este volumen como la de los otros dos de la serie. De los errores que inevitablemente ocurren —y, en una obra como esta, seguramente ocurrirán—, nosotros somos los únicos responsables.
John Jay TePaske, Duke University
Herbert S. Klein, Columbia University
Notas
1. Véase las detalladas investigaciones de la Real Hacienda metropolitana española de Jacques A. Barbier y Herbert S. Klein, “Revolutionary Wars and Public Finances: The Madrid Treasury, 1784–1807”, Journal of Economic History, núm. 41, junio de 1981, pp. 315-339; y José de Canga Argüelles, Diccionario de Hacienda, Londres, 1826-1827, 5 vols. Continuar leyendo
2. Ismael Sánchez Bella, La organización financiera de las Indias (siglo XVI), Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1968. Esta obra constituye una excelente investigación del desarrollo temprano del sistema de la Real Hacienda en las Indias antes de la creación del Tribunal de Cuentas en México, Santafé de Bogotá y Lima, en 1605. En lo concerniente a la estructura y funcionamiento de las reales cajas peruanas en particular, véase Gaspar de Escalona Agüero, Gazofilacio real del Perú, tratado financiero del coloniaje (1647), 4ª ed., La Paz, Editorial del Estado, 1941. Continuar leyendo
3. Sánchez Bella, La organización financiera de las Indias…, op. cit., pp. 59-69; este autor presenta una buena descripción de la organización y responsabilidades del Tribunal de Cuentas. En lo que respecta a la función de los visitadores para impedir el fraude y garantizar la honestidad de la administración de las reales cajas, véase Amalia Gómez Gómez, Las visitas de la Real Hacienda novohispana en el reinado de Felipe V (1710-1733), Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1979. Continuar leyendo
4. Es muy necesario hacer un estudio básico de la estructura, desarrollo y funcionamiento de la Real Hacienda a todo lo largo del periodo colonial. La obra de Sánchez Bella, La organización financiera de las Indias…, op. cit., es excelente en lo que respecta al desarrollo institucional durante el siglo XVI y la de Escalona Agüero, Gazofilacio real del Perú…, op. cit., presenta un buen resumen del sistema peruano de reales cajas a principios del siglo XVII; sin embargo, en lo concerniente al resto de la época colonial, tenemos que depender de una variedad de fuentes muy dispares. La obra más útil sobre los diversos ramos de las reales cajas, además del Libro II, Parte II, del Gazofilacio, es la de Fabián de Fonseca y Carlos de Urrutia, Historia general de la Real Hacienda, México, Vicente G. Torres, 1845-1853, 6 vols.; y una obra similar a la anterior es la de Alberto María Carreño, coord., Compendio de la historia de la Real Hacienda de Nueva España. Escrito en el año de 1794 por D. Joaquín Maniau, México, Imprenta de la Secretaría de Industria y Comercio, 1914; ahora bien, aunque el énfasis de está puesto en la Nueva España-México, esas dos obras ayudan a explicar el desarrollo de los diversos ramos de la Real Hacienda en el tiempo y el significado de muchos asientos contenidos en las cartas cuentas. En cuanto a las leyes y reglamentos que gobernaban la Real Hacienda, existe un buen número de fuentes primarias útiles: en lo que respecta a la última parte del siglo XVI, se puede consultar Alfonso García Gallo, coord., Cedulario indiano. Recopilado por Diego de Encinas, Oficial Mayor de la Escribanía de Cámara del Consejo Supremo y Real de las Indias, Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1946, Libro Tercero, pp. 244-323; Juan de Solórzano Pereyra, Política indiana, Madrid, Gabriel Ramírez, 1739, vol. II, pp. 423-521; y la Recopilación de leyes de los Reynos de las Indias, Madrid, Consejo de la Hispanidad, 1943, 3 vols., en especial el Libro VIII, tomo 2. También son útiles los dos volúmenes de Josef de Ayala, Diccionario de gobierno y legislación de Indias, Madrid, Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, 1929, 2 vols. En lo concerniente al siglo XVIII, dos fuentes son valiosas porque detallan los cambios de la administración de la Real Hacienda y las tasas de los diferentes gravámenes impuestos por la Corona española en las Indias: Reglamento para el comercio libre, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1978 (primera edición, 1778); y Gisela Morazzani de Pérez Enciso, coord., Las ordenanzas de intendentes de Indias, Caracas, Universidad Central de Venezuela, Facultad de Derecho, 1972. Finalmente, un estudio sincrónico valioso para comprender el funcionamiento de las reales cajas es el de Herbert S. Klein, “Structure and Profitability of the Royal Finance in the Viceroyalty of the Río de la Plata in 1790”, Hispanic American Historical Review, núm. 53, agosto de 1973, pp. 440-469. Con todo, sigue siendo necesario un estudio completo del sistema de la Real Hacienda. Ahora bien, en lo concerniente a un análisis de las funciones de los oficiales reales distinto del antes descrito, véase Escalona Agüero, Gazofilacio real del Perú…, op. cit., pp. 47-48. Continuar leyendo
5. Las fechas exactas del establecimiento de las reales cajas no son claras. Las fechas mencionadas en esta introducción fueron escogidas principalmente debido a que son las fechas de las primeras cuentas; pero, en realidad, las reales cajas pudieron haber estado funcionando desde mucho tiempo antes que las fechas aquí establecidas. Continuar leyendo
6. Kendall W. Brown, por ejemplo, señaló que las primeras cuentas de Arequipa aparecen en los últimos años del siglo XVI, pero que la real caja de Arequipa ya estaba en funcionamiento desde mucho tiempo antes; véase Kendall W. Brown, The Economic and Fiscal Structure of Eighteenth–Century Arequipa, Ann Arbor, University of Michigan Microfilms, 1979, pp. 16-17.Continuar leyendo
7. Brown, The Economic and Fiscal Structure…, op. cit., pp. 17-18. Continuar leyendo
8. Respecto al establecimiento del sistema de intendencias en el Perú y sus efectos en las reales cajas, véase J. R. Fisher, Government and Society in Colonial Peru: The Intendent System, 1784 – 1814, Londres, The Athlone Press, 1970, pp. 100-123. Continuar leyendo
9. Desde luego, durante los siglos XVI y XVII y principios del siglo XVIII, un gran número de impuestos comunes e impuestos mayores, como las alcabalas, los reales monopolios y otros, recaían sobre los individuos o instituciones. Con base en los asientos (contratos) hechos entre los individuos o las instituciones con los oficiales de una real caja, el asentista debía depositar en ésta una suma global anual o en fechas determinadas a lo largo del año. En consecuencia, los ingresos de muchos de esos impuestos, como las alcabalas, pueden no reflejar la intensidad real e inmediata de las actividades comerciales, aunque sí revelan los cambios de las condiciones reales de la economía en el tiempo, como tendencia secular. Continuar leyendo
10. Un buen ejemplo del caos provocado por el nuevo reglamento puede verse en las cuentas de 1787 de la real caja de Lima, con su multitud de tachaduras, enmiendas, correcciones y otros garabatos que demuestran la frustración de los tenedores de libros coloniales en sus intentos por poner en vigor el nuevo sistema. Continuar leyendo
11. Existen cuentas de Lima y Cuzco del periodo anterior al inicio de las cuentas incluidas en este volumen; sin embargo, esas cuentas tenían una correspondencia muy pobre con los sumarios por ser demasiado generales como para ser incluidas; o, bien, eran demasiado específicas y se parecían más a un libro manual debido a la especificidad de cada asiento, lo cual es así, por ejemplo, en el caso de las cuentas de 1541 de la real caja de Cuzco. En consecuencia, empezamos a tomar en consideración los sumarios cuando adoptaron una estructura normalizada.Continuar leyendo
12. En lo concerniente al cuidado de los documentos, véase el artículo de Hernando Sanabria Fernández, “Los archivos de Santa Cruz”, en J. TePaske et al., coords., Research Guide to Andean History: Bolivia, Chile, Ecuador, and Peru, Durham, Duke University Press, 1981, pp. 35-44.
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13. Dos artículos invaluables sobre la acuñación en la época colonial y los valores cambiantes y los diferentes tipos de las moneda son: Humberto Burzio, “El ‘peso de plata’ hispanoamericano”, Historia, núm. 3, Buenos Aires, 1958, pp. 9-24; y Humberto Burzio, “El ‘peso de oro’ hispanoamericano”, Historia, núm. 4, Buenos Aires, 1956, pp. 21-52.Continuar leyendo
14. En realidad, los contratos del siglo XVII con los mercaderes del Medio Oriente y el Extremo Oriente solían especificar las monedas de las Casas de Moneda de la España colonial en las que deseaban que se les pagara sus mercaderías. Potosí era en particular una de las predilectas de esos mercaderes.Continuar leyendo